Qué campaña más anormal y más trucada
Cuando sueñan cosas agradables, los del PP imaginan un resultado electoral, este 23-J, equiparable al que tuvieron en las últimas autonómicas de Andalucía: mayoría absoluta porque su marca habría llegado a convertirse en un voto útil o voto refugio para frenar a los ultras de Vox. Pero cuando llega el momento de las pesadillas, esa imagen maravillosa se desdibuja y se transforma en otra mucho más tenebrosa: hay que entenderse con Abascal y este pide la vicepresidencia y unos cuantos ministerios. Así que para jugar en los dos tapetes, el de la suerte y el de la verdad, Feijóo ha difundido un programa claramente retrógrado, indefinido y susceptible de adaptarse a la posibilidad de que Vox exija y obtenga el ministerio de Agricultura y Medio Ambiente, por poner un caso. Si vamos al mentado programa de gobierno veremos, sin ir más lejos, propuestas cautelosas o tan abiertamente reaccionarias que enmiendan a la totalidad las políticas de la Unión Europea impulsadas y apoyadas por los homólogos del PP en otros países. España es diferente. Y López Miras, por cierto, se descolgó ayer ante la Asamblea murciana prometiendo, entre otras barbaridades, que retrasará cuanto sea preciso la adopción de medidas para que la agricultura intensiva no siga envenenando el Mar Menor. ¿Voto refugio? Si no fuera por lo que es habría que tirarse al suelo de la risa.
Para acabar de dibujar una situación rara, rara, rara, las izquierdas llevan varios días haciendo propuestas económicas, sociales... de gestión. Algunas arriesgadas y polémicas, otras factibles e incluso imprescindibles. Mas las derechas no se despegan del imaginario superestructural: la unidad de España, el golpismo catalán, la huella de ETA, Frankenstein, los okupas y la España arruinada -pero que llena hoteles y restaurantes como nunca-. Es una campaña dirigida a las tripas de las clases medias asustadas que se refugian en la identidad nacional y el clásico principio de autoridad, o a los embarullados sentimientos de los jóvenes que creen que votar a Vox es lo más rupturista que pueden hacer. Ni los índices de crecimiento, ni la moderación de la inflación, ni cómo podrán cuadrarse algún días las cuentas si se bajan los impuestos tanto como se está prometiendo, ni qué se hará con el mercado laboral, ni cómo evolucionarán el salario mínimo y las pensiones... nada de eso está en los discursos conservadores. Es inaudito.
Feijóo, como se ha visto en varias de sus intervenciones, todavía no distingue la deuda pública del déficit público. Abascal pasa de una cosa y de la otra, porque lo suyo es proclamar una cruzada demencial y sin otro objetivo que volver a poner en marcha la España del imperio y el deshueve. Al estilo de Franco: hagan como yo, no se metan en política; y libertad, mucha libertad, cómo no, para mear contra una tapia si te vienen las ganas, pero no se te ocurra pintar en ella un mensaje subversivo, que puedes ser abatido por las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado que para eso estarán. Como debe ser, coño.
Nada es normal, nada encaja. La sociedad española se ve arrastrada por las aguas turbulentas de un mundo en constante y acelerado cambio, y de unas fuerzas reaccionarias empeñadas en volver atrás al precio que sea. Así, lo que se le está ofreciendo a la ciudadanía -según la interesante metáfora elaborada por José María Lassalle- es que elijan entre dos símbolos ficticios: o el monstruo de Frankenstein o el Vampiro chupasangres. Como si esto fuese un cine de verano.
Gracias
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