PP y VOX no son una alianza, son un “pack”


Resuelto el colacao de Comunidad Valenciana, Extremadura y Baleares, amén de unos cuantos ayuntamientos importantes, todavía quedan Murcia y Aragón. En ambas autonomías los del PP se hacen los melindrosos ante las exigencias de Vox, que quiere mojar en los respectivos gobiernos. Pero no creo que les valga de mucho. La derechita cobarde necesita a la derechaza valiente no solo para investir presidente sino para aprobar luego presupuestos y demás resoluciones parlamentarias. En las próximas elecciones generales la cuestión ha de ser idéntica. En Génova sueñan con sacar 150 diputados, el número mágico, pero incluso si lo logran y luego atraen a su órbita a Foro Asturias, UPN o Coalición Canaria seguirán necesitando entre quince y doce votos más -mínimo- para alcanzar los 176 de la mayoría absoluta; votos de Abascal, por supuesto. Eso está tan fuera de duda, que las terminales mediáticas y teóricas de las derechas lo tienen zanjado, y no permitirán bajo ningún concepto que el PP le escamotee a Vox lo que haya de corresponderle -véase lo sucedido en Extremadura-. Por ello ese último partido va ganando por goleada la ridícula batalla de los pactos tras el 28-M; por eso, en caso de que los conservadores ganen el 23J, el vicepresidente no será una mujer, como dijo el otro día Feijóo, sino que será señoro, llevará barbita sarracena y tendrá por nombre de pila Santiago... y cierra España.

PP y Vox no están llamados a ser una alianza sino un pack. Necesitan sumar -como también les ocurre al PSOE y a lo que haya a su izquierda-, pero además comparten una ideología, una visión, un destino. Se remiten a las mismas identidades y a idénticas ensoñaciones. No nos engañemos: la derecha moderada, liberal o democristiana apenas tuvo fuerza en España y quienes podían estar en ese espacio o han ido quedando fuera de combate o se han arrimado a posiciones más radicales. Es lo mismo que les pasa hoy a buena parte de las derechas europeas, que fueron centro-derecha un día aunque ahora bailan al son que les tocan sus correspondientes ultras. Incluso la germana CDU se está escorando más ya más a estribor, ahora que Merkel ya no está al frente y los neonazis de Alternativa por Alemania aprietan.

El PP viene de la tardofranquista AP más que de la reformista -y reventada- UCD, y Vox viene del PP. Círculo cerrado. Casado y el Feijóo que reinaba en la calma chicha gallega se hartaron de decir que con sus primos del morrión y el cetme no irían ni a recados. Los dos se la tuvieron que envainar. El primero porque los suyos le echaron a patadas por lo que bien sabemos; el segundo porque cuando llego a la presidencia del partido ya había quedado muy clara la cuestión: con Vox en Castilla y León... y en lo que venga.

A Sánchez le han adjudicado sus enemigos, entre otras lindezas, fama de mentiroso compulsivo. Feijóo, en cambio, no puede mentir porque sus intervenciones oscilan de un lado al otro en cosa de días y aun de horas y segundos, por lo cual no acabamos de saber si viene o va, si sube o baja. Pero supongo que ya sabe cómo será, si es, su victoria electoral: compartida. Por eso no quiere ir al debate a cuatro. No sólo por la escasa confianza en sí mismo de que hace gala y lo endeble de sus gaseosos argumentos, sino sobre todo porque con las cuatro marcas electorales cara a cara -dos contra dos- se visualizaría sin asomo de duda que las derechas son un pack, mucho más trabado e indisoluble que el que conformaron PSOE y Podemos y el que los socialistas quieren reeditar con Sumar. Vox se ha ido al último extremo, dice cosas absurdas e imposibles y de él emergen figuras de majareta extravagancia; pero su mensaje tribal, tradicional e hipernacionalista encaja a la perfección en esa parte del PP que lleva más de cuarenta años mirando hacia atrás con nostalgia.

Repito: dicen que la hermandad PP-Vox ya está descontada y no moverá votos de acá para allá. Yo no lo creo así. Y en los despachos de Génova tampoco. Por eso disimulan como pueden.

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