Nación centrífuga, nación centrípeta


En España, los patriotas centrípetos, liderados por la hispanomadrileñista Ayuso, con Abascal de florero imperial y Feijóo en el papel de tonto útil, están muy crecidos, aunque son incapaces de explicar qué diantres pretenden hacer con un país tan variopinto como el nuestro, siempre a punto de abrirse por las costuras. Los patriotas centrífugos, cuya punta de lanza bifronte -burguesa de un lado, anticapitalista del otro- conforman al alimón Junts y la CUP, tampoco saben muy bien cómo desarrollar procesos de autodeterminación e independencia porque carecen de la mayoría social necesaria para avalar democráticamente tal aventura, no disponen de los recursos imprescindibles para irse por las malas y tampoco son capaces de definir cuál es su objetivo estratégico más allá de convertir en realidad sus ensoñaciones épicas. En medio, los progresistas españoles -que no españolistas- se aferran al federalismo como un naufrago a una tabla, siendo conscientes de que en estos tiempos de política identitaria no hay una identidad que tire más que el nacionalismo. Asumámoslo: ni los intereses de clase, ni el feminismo, ni los derechos de las minorías, ni la adscripción cultural, ni la pertenencia a una generación específica, ni leches; una historia legendaria -aunque sea medio inventada-, una bandera y un himno que se pueda cantar hinchando las venas del cuello tiran más que cualquier cosa razonable.

Las izquierdas españolas tienen un vínculo histórico con los nacionalistas centrífugos que alcanzó su culmen en la Guerra Civil, cuando unos y otros fueron compañeros de armas, aunque sus objetivos no acabaran de coincidir. Esa alianza circunstancial se ha reproducido ahora -aunque en términos no violentos- durante la moción de censura contra Rajoy, el Gobierno de coalición y la recién acabada legislatura. Ahora bien, los periféricos, incluso cuando se autodenominan progresistas o antisistema, están dispuestos a acompañar a sus aliados tradicionales solo hasta cierto punto; porque ellos tienen un objetivo patriótico, “nacional”, y ahí siempre acaban tomando su particular rumbo. Bildu tuvo unos resultados muy buenos el 28-M; pero antes había reventado la campaña del PSOE, y de las demás izquierdas, con la gracia aquella de poner en sus listas a algunos condenados por haber pertenecido a ETA. Junts ha encarado el 23-J declarando que, gane quien gane las generales, ellos votarán en contra tanto de Feijóo como de Sánchez; y, les ha faltado decir, mejor que acabe ganando el primero que no el segundo. Cuanto peor... Pues eso.

Soy de los que piensan que España, para no desvencijarse, tendrá que asumir más tarde o más temprano el derecho a decidir de las llamadas nacionalidades y habrá de federalizar sin más complejos su modelo territorial. Aunque cuidadín, que ese derecho a decidir habría de quedar sometido a unas condiciones muy concretas; por ejemplo, que en el hipotético referéndum participe al menos un 75% del censo del territorio consultado, y que los síes a la separación no bajen de los dos tercios de los sufragios emitidos. Un proceso de autodeterminación no puede hacerse -y nunca o casi nunca se ha hecho, que yo recuerde- sin aportar en lo cualitativo y cuantitativo eso que el Alto Tribunal canadiense llamo “claridad”. Aunque conste que todo esto no es sino la mera opinión personal del que suscribe, educado en el internacionalismo y convencido de que los desafíos actuales, por su propia dimensión, han de ser abordados mediante una gobernanza global y no desde la estrecha perspectiva de las naciones estado y sus réplicas a escala mínima.

De todas formas, Vox ha lanzado un programa electoral brutalmente centralizador -¡viva la Constitución!-. Desde el PP, Feijóo, a quien los de su cuerda llevan del ronzal de un lado al otro sin ninguna misericordia, tuvo que aclarar el otro día que él no mantendrá -pese a que había sugerido lo contrario- la relación bilateral con la Generalitat catalana, sino que desactivará la Comisión que la venía materializando. ¿Y entonces?, con unas derechas tan españolísimas y dispuestas a movilizarse al grito de ¡A por ellos, oeee!, ¿cómo se mantendrá la unidad patria si no es por el viejo e inservible método del garrotazo y tente tieso? ¿Qué harán los reaccionarios con esos millones de catalanes, vascos y de cualesquiera otros pueblos de España que se empeñen en no querer ser españoles o no querer serlo como hasta ahora? ¿Convencerles a hostia limpia? ¿Desactivar sus derivas separatistas mediante la buena lógica y una propuesta federalizante? ¿O echarles sin más a la cuneta?

Con el finiquitado Gobierno de coalición, las inflamaciones separatistas se habían rebajado y el propio impulso de los centrífugos más duros perdía fuerza a ojos vista. Pero ahora vienen los centrípetos salvadores de España dispuestos a echar más leña a la hoguera. Otras vez la bronca entre patriotas. Qué país de países.

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