¿Libertad?, ¿de prensa?... Tururú
Que estamos en un periodismo de trinchera y barricada parece evidente. La industria de la información, prensa, radio y televisión -sobre todo el primero de los tres sectores- ha ido afrontando sucesivas crisis en un ámbito donde la lucha por las audiencias es inmisericorde y en el cual la revolución digital no ha dejado de provocar cambios dramáticos. Pero hay periodismo comprometido -como el que un servidor práctica aquí mismo a modestísima escala- y periodismo sectario incapaz de adoptar una actitud crítica mínimamente objetiva; incapaz incluso de reconocer los hechos evidentes, la realidad elemental. Tampoco los integrantes del arco político-ideológico se plantean de la misma forma su relación con los medios. Sánchez y Díaz, como bien se ha visto, han sido capaces de ir a cualquier terreno en el que se les ofreciera una entrevista o un cara a cara. El presidente del Gobierno -que lleva años oyéndose y leyéndose lo de ilegítimo, mentiroso, felón, traidor y filoetarra- se las vio el otro día con Ana Rosa, y aguantó sin descomponerse las observaciones de la doña, que parecía estar en un debate -ella en representación de las derechas, por supuesto- y no en una entrevista. Lo mismo que hizo Zapatero, el “ex”, ante Herrera en la COPE. Sin embargo Feijóo no quiere debatir en la tele pública, y también se ha negado a hacerlo en la Ser, lo que ha provocado de inmediato el descuelgue de Vox. Por cierto, que es bien sabido cómo la extrema derecha lleva tiempo vetando en sus ruedas de prensa a los medios que considera “enemigos”. Y viva la libertad, oye.
Que los diarios y emisoras del ala conservadora se han enrolado en una guerra sin cuartel contra las izquierdas ha sido demasiado notorio. No, no me comparen con los de tendencia progre, porque no hay color. Cada cual arrima el ascua a su sardina, pero unos arriman una astillita y otros un lanzallamas. Las calumnias contra los dirigentes de Podemos, las filtraciones de la “Policía Patriótica” de Rajoy, las conspiraciones de Villarejo y en torno a Villarejo, los insultos a Sánchez... conforman un abrumador catálogo de la infamia. Tanto en Vox como en el PP reina además una radical beligerancia contra cualquier periodista que no les baile el agua. Ni siquiera ahora, cuando mi oficio ya no se ciñe, como en otros tiempos, a las reglas de la democracia y a la defensa de los derechos sociales e individuales, se sienten satisfechos los ultraconservadores. Saben que hay medios y profesionales muy destacados que trabajan a su favor y que, literalmente, se han convertido en sus correas de transmisión; sin embargo no consideran que esto sea suficiente. Su imaginario incluye el monopolio de todos los mensajes. Su tradición propone una relación con los periodistas que combina el halago y el premio a los absolutamente favorables, el fomento de la autocensura entre aquellos más prudentes, el acoso a los que se quieren permitir licencias críticas, y la neutralización sin contemplaciones de los contrarios. Leña al mono que es de papel.
¿Qué pasó cuando Aznar tuvo mayoría absoluta y se dispuso, asesorado por Miguel Ángel Rodríguez, a poner las cosas en orden? Pues que decenas de profesionales de la información fueron -fuimos, que a mí también me tocó- echados a la calle sin más preámbulos. Las empresas se plegaron, y la que quiso resistir fue presionada, asaltada o reventada desde dentro -y sé de lo que hablo-. Los Urdaci se convirtieron en el ejemplo a seguir: católico practicante, condenado por usar TVE para manipular informaciones a favor del Ejecutivo Aznar, premiado por Fraga por su cobertura informativa... ¡del desastre del Prestige!
Si tras el 23-J las derechas están en condiciones de gobernar España, sobre la ya desequilibrada industria de la información se cerrará un cepo insoslayable. No tendrán piedad. Todo les encaja: los medios están mucho más débiles que hace veinte años, muchos periodistas jóvenes -y no pocos de los veteranos- ya no son tan estrictos con los principios y han renunciado a ser los perros guardianes de las instituciones democráticas; ellos, PP y Vox, llegan con furia renovada y más radicales que nunca. Querrán tomarse la revancha. Y no pararán hasta quedar saciados.
Suspender obras de teatro o impedir la proyección de películas es apenas un ligerísimo aperitivo del menú que los reaccionarios nos quieren servir. A la postre, Feijóo, el mismo Feijóo que rechaza debatir, que sólo quiere aparecer en medios amigos y que ha decidido llevar a cabo esta campaña parapetado tras su falange mediática, no ha parado de encadenar mandatos en Galicia gracias a un definitivo control sobre los medios de dicha comunidad. Este ya sabe cuánto mola tener garantizado el botafumeiro. Incienso constante y la foto con el narco, bajo siete llaves.
Ya ven que estoy un poquitín acojonado. Si me creyese el sondeo del CIS igual me calmaba y pasaba ya de soltar mítines esritos. Pero no me lo creo. Eso sí: hasta el 23 la carrera sigue. Hoy, PP y Vox se van a enredar a lo loco en Murcia. Qué gente, por favor.
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