La cara contra la no-cara: momento decisivo


El debate electoral de hoy se ha cargado de morbo y generado una expectación extraña. Mientras el PP intenta pasar el trago lo antes posible y su división mediática ha reducido el cara a cara entre Sánchez y Feijóo a la categoría de simple anécdota, en el PSOE confían en que el acontecimiento marque un antes y un después en la campaña. El todavía presidente está obligado a jugarse el todo por el todo; sin embargo a su oponente le basta con salir vivo del trance y que este no interrumpa su tranquilo deambular hacia pregonada victoria electoral. Al tran-tran, amigos.

Feijóo tiene una ventaja: los conservadores han convencido a un sector muy signifacativo -quizás mayoritario- de la ciudadanía de que en estos momentos lo importante no es lo que se quiere sino lo que no se quiere. Lo cual quita mucha presión al primer candidato de la derecha, porque puede limitarse a sostener el argumentario antisanchista sin verse obligado a concretar en qué consiste su alternativa, más allá de anunciar la derogación total o parcial de algunas leyes aprobadas en la última legislatura, y prometer que bajará impuestos evitando especificar qué recortes hará en consecuencia. Tampoco concretará propuesta alguna para quitar hierro al conflicto territorial que España arrastra desde hace demasiado tiempo. Con anunciar la ruptura de puentes con los independentistas y evocar a la extinta ETA tendrá bastante. El presidente del PP se definió de entrada como el anti-Sánchez y no ha parado de remitirse a ello cada vez que habla: en el bien  entendido de que su equipo procura mantenerle bien tapadito, sin exposiciones arriesgadas y sin ningún exceso discursivo que pudiera meterle en enredos. Por eso el cara vs. no-cara de hoy va a ser el único, y aquel que las derechas consideran ya presidente legítimo no volverá a verse en ningún aprieto. No sea que se hernie, el pobre; o que el personal empiece a preguntarse a dónde irá este país si llega a ser gobernado por unos partidos que envuelven en niebla su programa o que, cuando lo presentan bajo los focos -como hizo Vox hace días-, se sacan de la chistera ofertas imposibles.

Sánchez no lo tiene hoy tan fácil como parece. Que haya capeado bastante bien la serie de imprevisibles crisis e infortunios que se han sucedido durante su mandato no es suficiente para calmar la irritación de una sociedad que arrastra un cierto estrés postraumático tras la pandemia y que aún no ha captado las consecuencias a medio plazo de la guerra de Ucrania y del cambio climático. El rastro que dejaron los infantilismos y la torpeza política de sus socios, el Podemos pablista, también es una rémora que el líder socialista no acaba de quitarse de encima. Hay otro factor que explica el indudable éxito de las campaña contra Sánchez: encarna un personaje demasiado guapo, demasiado alto, demasiado políglota, demasiado bien vestido. Muchos votantes, sobre todo los varones, no se identifican bien con él. En cambio el “aldeano” Feijóo está a la altura de cualquiera que haya superado la ESO y usa ropa talla L.

Los debates preelectorales han movido grandes audiencias en España. Desde los 13.043.000 espectadores que reunió el 25 de febrero de 2008 el duelo Zapatero-Rajoy, a los 8.886.000 que vieron la melé a cuatro en que se enzarzaron Sánchez, Casado, Iglesias y el ciudadano Rivera. Los cara a cara siempre han despertado mayor expectación. Por lo cual el de esta noche será seguido por entre diez y once millones de personas; tal vez más. Ahora bien, Antena3, a diferencia de lo que hacía TVE cuando organizaba eventos de este tipo, no compartirá su señal con nadie, salvo con la hermana Sexta. Ello pondrá algún límite a la audiencia potencial. Pero el tirón que tiene este acto público tendrá mucha repercusión el 23-J. Salvo que a Feijóo se le parezca la Virgen, o que Sánchez sufra un vahído. En unas horas, la solución.

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