El plan de la derecha eufórica
Además del cara a cara en Atena3, se han producido diversos debates a menor escala -por la relevancia e sus protagonistas- en algunas televisiones y radios autonómicas. Atendiéndolos y leyendo lo que se escribe y oyendo lo que se dice en círculos conservadores, no es difícil concluir que el 23-J puede suponer no tanto un cambio de ciclo, como una transformación del sistema, una especie de revisión total de nuestra democracia.
Feijóo se ha hecho ayusista, copia las tácticas de la presidenta madrileña, recibe consejos de Miguel Ángel Rodríguez -quien al parecer le ayudó a preparar el cara a cara- y ha asumido de pe a pa el programa nacionalpopulista. Un programa, por cierto, que toma de Vox no pocos elementos, aunque esté adquiriendo su particular autonomía: el PP se está quitando los complejos a una velocidad vertiginosa.
El proyecto derechista contempla una utopía perfecta -desde su punto de vista-, que aseguraría la hegemonía conservadora por decenios. Para empezar, se da por descontado que una derrota de las izquierdas el 23-J pondrá fin al liderazgo de Sánchez en su partido, provocará la purga de los sanchistas - considerados culpables del descalabro- en el PSOE, y esta formación pasará a ser inspirada y controlada por el aparato de provincias, que rebajará de forma drástica su carácter progresista y abrazará la versión más descafeinada de la socialdemocracia. Al tiempo, Sumar se vendrá abajo, y el núcleo duro de Podemos, el pablismo, saldrá del sótano con furia vengadora para reconstruir a su estilo la izquierda-izquierda. Dos pájaros de un tiro: el socialismo domesticado, y a su izquierda, una peña tan provocadora como minoritaria.
Pero el proyecto reaccionario apunta más lejos. No se trata solo de hacer retroceder los avances sociales, devaluar el sistema público de pensiones con el pretexto de asegurar su futuro, privatizar cuanto se pueda los servicios públicos, desregular el mercado laboral y someter al Estado a un ajuste duro; no solo se derogaran leyes como la del aborto, la eutanasia o la de memoria democrática; ni quedará la cosa en borrar las huellas del feminismo o en dejar sin protección al colectivo LGTBI+... No, eso sería reversible. Pero podría suceder algo mucho peor. Por ejemplo dar un nuevo sentido al del Poder Judicial, que, so capa de preservar su independencia, dejaría toda la judicatura en manos de las asociaciones conservadoras, y, al convertirla en un reducto corporativo, la situaría al margen de la soberanía popular. La regresión normativa alcanzaría cuestiones tan esenciales como la Ley Electoral o la organización del entramado institucional. Por no hablar del papel de España en la Unión Europea. Todo apunta en esa dirección.
En cuanto a la lucha para frenar y paliar el cambio climático, es obvio que el PP -véase su programa medioambiental- va a ralentizar la transición energética e intentará dejar en nada las directivas europeas al respecto. Hace unas horas, la inmensa gran mayoría del Grupo Popular Europeo se opuso a la Ley de Restauración de la Naturaleza, que ha salido adelante en la eurocámara por escasos votos. A los neoliberales el calentamiento global les es más bien indiferente. Asumen que algo está sucediendo en la biosfera, pero el beneficio es prioritario. De todo esto apenas se habla en la campaña española, pero son asuntos fundamentales.
Queda muy poco para ir a las urnas. Y visto lo que hay en juego, sería inaudito que haya progresistas en los que pese más el desencanto o el hartazgo que la voluntad de impedir que triunfe la reacción y la retrotopía. Tendremos que ir a votar con mucha determinación. En defensa propia.
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