Pues sí: es mucho lo que no sabemos

El Coronavirus ha cogido al Gobierno de España con el paso cambiado y una notoria incapacidad para explicarse (¡Ay, Marlaska!), a la oposición de derechas encabronada y tirada al monte, a los periféricos en sus rollos… y a la sociedad española en su conjunto, desconcertada y desmovilizada. ¿Hemos dado el do de pecho (como país y como pueblo) ante el reto de la pandemia? Yo diría que no tanto. Queda mal, lo sé, porque lo suyo es cantar el heroísmo de quienes estuvieron al pie del cañón, sanitarios y muchos más. Pero ya no vale con eso. La ciudadanía ha cumplido, mas también ha evidenciado que la disciplina social y el temple no es lo suyo. Profesionales, empresas y organizaciones de todo tipo se han aferrado a sus intereses, de tal manera que, en no pocos casos, la enfermedad ha impulsado negocios o reivindicaciones salariales, de la misma forma que ha servido para desarrollar maniobras políticas muy poco honorables. Dije al principio que esta catástrofe nos interpelaba a todos. Y la respuesta ha sido, en general, manifiestamente mejorable. Si quieren empezamos por lo mío, el periodismo, que no se ha cubierto de gloria precisamente.

Ha sorprendido la fea maniobra de ABC al divulgar unas declaraciones “off the record” de la ministra Montero, que además no le pertenecían sino que habían sido obtenidas por la televisión pública vasca (ETB). Varios colegas se han escandalizado (con razón) ante semejante desliz ético, que contraviene las más elementales normas de la deontología informativa. Por si fuera poco, esas declaraciones, hechas en un tono coloquial, tal vez sirvan para ironizar sobre el “mira, tía”, “es que, tía” y demás expresiones sobrinísticas de la titular de Igualdad; sin embargo, en modo alguno dan a entender, sino todo lo contrario, que el Gobierno tuviese medidos los riesgos del 8-M o que conociese datos que certificaran la necesidad de suspender las manifestaciones feministas convocadas ese día. Las aleluyas del PP al difundirse la cinta, los requerimientos a la Fiscalía para que tome cartas en el asunto y otras exhibiciones (incluidos análisis y editoriales de los medios más conservadores) dan idea de en qué caldo nos estamos cociendo. No esperaba yo nada distinto de los periodistas y medios que, por ejemplo, aguantaron meses sosteniendo a golpe de disparate la tesis de que aquellos atentados del 11-M eran cosa de la ETA, de los servicios secretos marroquíes, de los socialistas o de cualesquiera que no fuesen los yihadistas que perpetraron la masacre. De otros, aún pensaba que su pundonor se impondría a su opción ideológica, o por lo menos que disimularían un poco aunque solo fuera por quedar bien. Me equivoqué.

Al margen de las trincheras y barricadas donde los profesionales de la información se alinean, la pandemia ha sido cubierta muy mal. Nos hemos quedado sin saber un montón de cosas. No está claro qué pasó en Madrid. No disponemos de un relato preciso sobre la mortandad en las residencias de ancianos. Las secuencias de los hechos y las responsabilidades institucionales son un laberinto cuidadosamente enredado para que los intoxicadores carguen el desastre sobre las espaldas de Iglesias e Illa, pese a que ambos ni tenían ni tuvieron nunca los medios para intervenir directamente en los Servicios Sociales y en la Sanidad. No conocemos los datos precisos respecto del papel de los hospitales privados. De la compra de EPIs y respiradores, salvo algún detalle (supuestamente escandaloso) referido al Ejecutivo central, nada de nada. ¿Y qué me dicen ustedes de la muchedumbre de médicos al parecer eminentes, ingenieros y genios que salieron a los medios a contar cómo iban a fabricar vacunas, tests y máquinas para las UCIs? ¿En qué quedaron las impresoras 3D, las líneas de producción en Seat, Balay y otras factorías? ¿Cuántos respiradores se produjeron?, ¿cuantos se llegaron a utilizar?… O sea, que después de tanto ruido y tanto bochinche, estamos a dos velas. Los reaccionarios se bastan y sobran con pedir la caída del Gobierno al que culpan siempre, incluso cuando acierta. El resto de la población, en el mejor de los casos, ha optado por apagar el interruptor de las noticias y dedicarse a cavilar sobre sus propios problemas. Que son apabullantes.

Cuando llegó la pandemia, el periodismo ya estaba debilitado y económicamente arruinado. Con todo, podía haber sacado fuerzas de flaqueza y haber peleado la que quizás sea su última gran batalla. Salvo excepciones que, esas sí, hay que calificar de heroicas, no supo, no pudo o no quiso. Queda mucho por investigar sobre lo sucedido estos tres últimos meses. Y si quienes han de poner luz y taquígrafos en todo ello son policías judiciales como los subordinados de Pérez de los Cobos, vamos listos.

En fin… Peor están en los Estados Unidos.


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