El PP choca con un imposible (o con varios)
El 11-M de 2004 se ha encarnado en el 8-M de 2020. A priori nada tendría que ver una cosa con la otra, porque no puede ser lo mismo un atentado terrorista que una pandemia. Pero si hace 16 años la derecha (entonces era una sola) creyó que le habían arrebatado el Gobierno no por su evidente y mísera mentira sobre las bombas en los trenes, sino por una oscura conjura de etarras, socialistas y quién sabe qué poderes ocultos, ahora las mismas fuerzas conservadoras (radicalizadas y divididas) han visto en el coronavirus el instrumento de su revancha. No podría tratarse de una venganza fría, sino envuelta en llamas, cazada al vuelo y casi perfecta en toda su dimensión. Porque no solo permite poner los muertos encima de la mesa (y son muchos los cadáveres); además apunta directamente al corazón de la causa feminista. En los últimos años, los reaccionarios han atacado sin tregua la lucha por la igualdad de géneros. Ya saben: las feminazis, sus chiringuitos, la “inconstitucional” Viogen, las imposiciones del “hembrismo” y todos esos patéticos delirios. Un ámbito ideológico que ha convertido el machismo más casposo en seña de identidad tenía la obligación de alinearse frontalmente contra la empancipación de la mujer. Así que el binomío Covid-19 & 8 de Marzo le cuadra mejor que bien.
No habríamos llegado a tan demencial situación (este lío del 8-M solo se está produciendo en España, aunque la jornada se celebró en todo el mundo) si el PP no estuviera siguiendo la estela de Vox, con el afán de quien teme perderse algo muy bueno (para empezar cuatro millones de papeletas electorales). Es más, los conservadores “respetables” tuvieron su propia representación cualificada en la famosa manifestación de Madrid; pero luego se lanzaron a participar en la cacería pensando, quizás, que la pieza a cobrar es nada menos que el Ejecutivo central. O sea, como un 11-M al revés. Para derribar al Gobierno y sustituirlo siguen en estos momentos tres ejes tácticos: acosar a Sánchez y a todo su Gabinete hasta hundir por completo su crédito; crear las condiciones necesarias para abrir un frente judicial (y policial) que imputaría por lo penal a quienes han tomado parte en la contención de la pandemia (siempre que se trate de instituciones en manos de los socialistas y otros socios, ¡no las del PP!), y finalmente esperar que los astros se desalineen, la mayoría que respaldó a Sánchez en enero se resquebraje y la fruta caiga madura del árbol (sobre todo si no salen adelante los próximos Presupuestos Generales del Estado). El objetivo estratégico serían unas elecciones anticipadas con los dirigentes del PSOE y de Unidas Podemos imputados, un escándalo permanente en medios y tribunales, y (aquí llega lo más significativo) gran parte del aparato del Estado participando en la ofensiva (como al parecer ya hacen algunos agentes de la Guardia Civil y algunos jueces o juezas).
Pero este viaje del 11-M al 8-M tiene cierta dificultad, e incluso algún imposible. Para empezar, no se percibe que la polarización política esté desequilibrando la correlación entre derechas e izquierdas que ya se reflejó en las últimas citas con las urnas. Las fuerzas conservadoras (más todavía si Cs logra sobrevivir y rematar su aparente giro al centro) no tienen margen para ganar terreno, salvo en algunas comunidades; aunque en otras van camino de la desaparición (ya veremos qué ocurre en Galicia y Euskadi). Y la opción de negociar con los nacionalistas periféricos, como en su día hicieron Aznar o Rajoy, se ha esfumado por completo. El PP es el principal perjudicado por semejante situación. Aunque recupere algún voto de Vox sosteniendo esa rabiosa competencia con los de Abascal por ver quién es más facha y más destructivo, no conseguirá sumar aquellos nueve o diez millones de votos que necesita para recuperar su sitio. La constante emisión de mensajes ultras además de espantar a no pocos votantes de centro-derecha que todavía conservan el sentido común, moviliza electoralmente a las izquierdas.
Los analistas y cuadros conservadores están divididos. Unos quieren seguir en la brecha a toda costa, criticando al Gobierno, barrenando sus proyectos, quemándolo todo para que el enemigo no pueda aprovechar nada, llamando a la rebelión de los “españoles de bien”. Otros preferirían dejar de seguir las huellas de Vox y recuperar voz propia en una acción política mucho más mesurada y realista. La suerte de Feijóo cuando se cuenten las papeletas en Galicia puede ser un acicate para estos últimos (si el presidente gallego reedita e incluso mejora sus anteriores victorias) o para los primeros (si, por ejemplo, no logra mayoría absoluta y necesita el respaldo de los pocos diputados que pudiera obtener Vox).
Mientras, a ver si la desescalada no se tuerce. Y que vuelvan los turistas, el fútbol, las discotecas y las fiestas patronales de ciudades y pueblos. A la postre, en la Roma clásica, los idus de marzo se correspondían con el 15 de dicho mes, justo el mismo día en que entró en vigor el Estado de Alarma. Y eran (los idus) jornadas propicias a los buenos augurios. Salvo para Julio César, claro. Pero ya saben: no hay regla sin excepción.
Muy interesante. Pero recuerda que cuando el enemigo se equivoca... ¡Déjale que siga!
ResponderEliminarJuntas, y solo juntas, lograremos derrotar al verdadero virus: el fascismo.