Son así, no pueden evitarlo
Debía ser la una del mediodía, cuando por mi calle pasaron algunos coches que volvían de la manifestación motorizada convocada por Vox. Primero un Porsche Cayenne cuyos ocupantes se lo hacían de discretos tras las lunas tintadas, y más tarde un Mercedes Cabrio (de esos pequeños deportivos que podríamos denominar “spider” o “roadster”) con dos banderas rojigualdas al viento y un pedazo de altavoz donde sonaba el “¡Que viva España!” de Escobar. Resultaba tan evidente y descarado el toque pijo, que por un momento podías pensar que se trataba de una alucinación provocada por los lugares comunes en torno a las manifas de la extrema derecha. Pero no, era real y hasta cierto punto gracioso. Cabe suponer que la gente bien que ha acudido a la convocatoria de Abascal no puede evitar darse a entender, no puede remediarlo. Son una caricatura. Es decir, disfrutan siendo una caricatura. De ahí los bugas a todo tren, los polos de color pastel y, si me apuran, la gomina. El cliché.
Desde que el PCR me dio negativo y la cifra de muertos y contagiados baja cada día, estoy cada vez más relajado. No sufro ni padezco por cuestiones de forma. Cuando veo a los paleorreaccionarios vestirse con la bandera oficial de España me quedo tan tranquilo. Me acuerdo de un superviviente del campo de exterminio de Mauthausen, quien desde la perspectiva de sus muchos años contaba lo sucedido en una de las conmemoraciones de la liberación del campo (donde los nazis asesinaron a miles de españoles republicanos abandonados a su suerte por el régimen de Franco). Por primera vez, acudió al acto una representación de la embajada de nuestro país en Austria, y para sorpresa de todos enarbolaba la bandera constitucional, roja y amarilla, en un lugar donde hasta entonces solo había ondeado la tricolor de la República.
-Nos quedamos planchados -explicaba el veterano narrador, no sin cierto cachondeo-, porque esa era la bandera de quienes nos habían dejado en manos de los nazis y de hecho nos habían enviado a un lugar tan horrible como Mauthausen-Gusen. Pero, oye… la vida de muchas vueltas y al final un pedazo de tela es solo eso. Nos miramos entre nosotros y nos encogimos de hombros. Déjalo correr, pensamos.
En España, lo mejor que tiene su “formalidad nacional” (por llamarla de algún modo) es su naturaleza ajena que invita al desapego. La bandera no emociona a buena parte de la ciudadanía porque, quieras que no, recuerda un pasado desagradable. El himno, carente de letra y de arraigo, se deja oír sin el menor entusiasmo. Forman parte de unos protocolos y ceremonias que a muchos les dejan indiferentes. Y ya. Lo malo es que, si nunca fueron totalmente neutros, ahora vuelven a ser el símbolo de la reacción, las insignias de una parte de la nación que no admite relativismo alguno, sino que tiene una manera de ver las cosas unilateral, estricta y exclusiva. O la admites, o estás fuera y eres un traidor, un antiespañol, un apátrida como aquellos que acabaron acarreando bloques de piedra por las escaleras de la cantera de Mauthausen.
Bueno… a lo mejor no es para tanto. Estamos en el siglo XXI, y además a las convocatorias de Vox y la extrema derecha no acuden más allá de algunos miles de personas, con su cochazos, sus banderas y sus gritos de ¡Gobierno dimisión! Si no fuera por la crisis que nos ha desbordado (al Ejecutivo y a todos), podríamos tomarnos la situación a risa. Pero estamos como estamos y ese Gobierno que los ultras quieren derribar es la expresión de la democracia, por muy débil, vacilante y torpe que parezca (y lo parece mucho). Así que yo, de momento, lo tengo claro: nunca me compraré un descapotable.
Al ceporrismo cultural y político del siglo XXI ; le vendría muy bien unas clases aceleradas de historia de España de los siglos XIX y XX para entender porqué tenemos una derecha montaraz , indómita , trabucaire y faltona que solo se rigen por unos principios tan básicos y falaces como el amor a una bandera y a un himno que parece englobar todo un sentido de estado inexistente.
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