Sánchez sobrevive, Iglesias maquina

Hasta mañana no me dicen nada. De lo mío, quiero decir; del PCR que debe determinar si estoy o no estoy. Entre tanto, dejo pasar unas horas tan cargadas de acontecimientos, sobresaltos y jugadas sucias que resulta imposible hacer una foto fija de la actualidad. En la tarde del miércoles, por ejemplo, los colegas que analizan la situación (y me refiero quienes lo hacen en medios de cierta relevancia, no en blogs caseros como un servidor) cerraron el ordenador para irse a cenar tras haberle dado todas las vueltas posibles a un debate en el Congreso cargado de mensajes cifrados, regates en corto y una cerrazón inaudita (habida cuenta de la que nos ha caído encima con el jodido coronavirus). Poco después de las nueve, el panorama se daba la vuelta y conocíamos la existencia de un sorprendente acuerdo entre PSOE, Unidas Podemos y EH Bildu para acelerar la anulación “íntegra” de la Reforma Laboral que aprobó Rajoy en 2012. En teoría, ese pacto tenía que ver con la abstención de los abertzales en la votación para prolongar el estado de alarma; una abstención, por cierto, que al final no tuvo utilidad alguna. Ahí no quedó la cosa: a las doce de la noche, la dirección socialista aclaró que esa derogación de la reforma no sería tan “íntegra”, sino que afectaría solo a los aspectos más lesivos para los trabajadores, tal y como figuraba en el programa inicial del Gobierno de coalición progresista. Por la mañana, los de EH Bildu dijeron que bueno, que vale; pero el vicepresidente Iglesias salió al ruedo a negarlo e insistir en lo de la “integridad”. Por lo demás, enorme sorpresa de los sindicatos, la patronal, los demás partidos, la también vicepresidenta y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño (PSOE), y la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz (Unidas Podemos)… Nadie sabía nada de nada. Así empezó un desconcertante jueves, durante el cual Casado y Abascal se lo están pasando en grande.


Que la reforma laboral de 2012 debe ser reformulada, a fin de reponer derechos laborales que conculcó, es algo que entiende cualquier progresista. Vale. Pero la reforma de la reforma o la derogación de la misma exige elaborar previamente una propuesta alternativa, redefinir del marco de las relaciones entre empresas y trabajadores y un consenso lo más amplio posible (incluyendo a los llamados agentes sociales). Es más, el momento actual, con la economía puesta patas arriba por la pandemia, no admite precipitaciones ni improvisaciones ni vivas a Cartagena. Pero da la impresión de que Iglesias, en sus infinitas e impetuosas maquinaciones, ha querido quemar las naves del Gobierno para impedirle que vaya o vuelva, hable con Cs o frene el constante acoso de los nacionalistas periféricos. De ahí el pacto con EH Bildu, que Adriana Lastra habría firmado (tras la preceptiva autorización de Pedro Sánchez, se supone) sin saber muy bien qué, por qué y para qué. 


¿Y EH Bildu? ¿Cómo es posible que se suscriba un acuerdo exclusivo con EH Bildu? Porque asumiendo que los muy abertzales son un partido legal, y necesario a veces en las combinaciones artiméticas que permiten mantenerse al actual Ejecutivo, no parecen los mejores compañeros de viaje si vienen solos. Pactar una medida tan importante como la anulación de la reforma laboral (total o parcial) precisaría el concurso de otras fuerzas (ERC, PNV, Más País, Compromís, los versos sueltos…) propiciando una foto de familia amplia y representativa de todos los apoyos que permitieron investir este Gobierno y sostenerlo en medio de la tormenta. ¿Solo EH Bildu? ¿Justo ahora cuando los más radicales del patriotismo vasco vuelven a las andadas y presionan de la peor manera a PSOE, PNV y Unidas Podemos? ¿En vísperas de elecciones en Euskadi? ¿En un momento tan adecuado para que las evocaciones a ETA de las derechas tengan dónde agarrarse y puedan tomar ventaja en la feroz lucha por el relato que se viene librando?


Es incomprensible. Da la sensación de que Sánchez y los suyos viven al día en una supervivencia agónica donde no cabe pensar en el futuro más inmediato, y que Iglesias no tiene otra tarea que forzar al Gabinete que vicepreside sea para bien, para regular o para mal. Y sin preocuparse en absoluto por salvar la alianza progresista que a día de hoy bastante tiene con surfear la crisis sin ser engullida por las olas.


En este contexto tan fluido, tan imprevisible y tan raro, la ofensiva ultrarreaccionaria gana posiciones de cara a una adelanto electoral, que el PP sitúa en 2021 pero que incluso podría producirse antes. Las derechas, extremadas y delirantes, no se muestran hábiles ni convincentes, promueven argumentarios groseros y se remiten a un programa antisocial y extractivo. Todo ello permitiría al Gobierno compensar sus propios yerros presentándose como “lo menos malo”. Ahora bien, si Pedro no controla la situación y Pablo sigue jugando a Rasputín, los conservadores lo tendrán a huevo. Quizás les baste con sentarse a tocar la cacerola en el balcón hasta ver pasar el cadáver (político) de sus adversarios progresistas. 


Tenía razón Casado: ¡Qué Calvario!

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