Prohibido fumar… o llevar el cigarro encendido

Gracias, gracias, gracias. Y no se preocupen ustedes, que estoy animado y bastante bien.
Dentro de lo que cabe. Un poco paranoico, sí. Como ya les dije, no puedo evitar
autoexaminarme una y otra vez. De manera que, si trago saliva, proceso mentalmente el
grado de posible irritación, dolor o molestia en la garganta. O me tomo la temperatura en
cualquier momento. O evalúo con enorme atención los ruidos que hacen mis pobres
tripas. Olfateo el aire. Compruebo la sensibilidad de mis papilas gustativas… Pero todo
parece normal, no hay ninguna alteración perceptible y toco madera, encomendándome a
la diosa Fortuna (que yo, como el maestro Buñuel, soy ateo, gracias a Dios, pero siempre
me he llevado bien con los ídolos paganos).
Tener el Covid 19 dentro de ti te pone en una condición similar a la de los poseídos. Es
curioso, porque de todos los malditos gérmenes y bicharracos que nos visitan e infectan,
este ha sido el que, por encima de cualquier otro, ha logrado proyectar una imagen casi
corpórea; o mejor dicho, fantasmal pero amenazadora. No se define solo por los síntomas
y los horribles daños que causa como por el miedo y el desconcierto que provoca. Sus
características, caprichosas e indeterminadas, lo convierten además en un enemigo difícil
de combatir. Cada vez me dan más apenas los científicos, médicos y políticos a los que
les ha caído encima la responsabilidad de preservar nuestra salud en estos tiempos. Por
la misma razón, cada vez me gustan menos quienes, desde la barrera, ponen a caldo a
los que han de salir al ruedo, les distraen, les acosan y les vuelven majaras. A estas
alturas es imposible poner paz en el coso ibérico; sin embargo, el barullo que hay
montado a costa de esta pandemia y sus efectos es inaudito. Conste que he puesto
símiles taurinos para que se me entienda mejor en ciertos círculos.
Ayer, por lo que me cuentan, el inicio de la desescalada fue un tanto tumultuoso. Lógico,
porque esto es España, y si los alemanes, que son más fríos que un témpano y más
aburridos que una coliflor, ya estaban hartos de no poder saludar “presencialmente” a los
amigos y la familia, imagínense aquí, donde nos encanta babearnos unos a otros como
muestra de cariño. Pero además es que si los centroeuropeos tienen ganada fama de
gente disciplinada y de orden (de orden del bueno), nosotros… En fin, que anoche en la
ribera que hay frente a mi casa el botellón duró hasta tarde, y por las risas y voces que
llegaban estuvo animado. Como las terrazas de las cafeterías y las zonas de bares
durante toda la jornada. ¿Qué pasará en los próximos catorce días? A saber. Con el
coronavirus nada es seguro.
Mientras se cruzan las querellas a costa de los muertos y la bronca política no cede,
mientras no pocos colectivos implicados en esta crisis intentan sacar partido o al menos
barrer para sus intereses, todavía se percibe la resistencia de muchos a entender la
hondura de la catástrofe. La hostelería, las compañías aéreas y la enorme industria
turística en general aún se empeñan en salvar la temporada de verano. Como si fuera
posible que lleguen aquí no los cincuenta o sesenta millones de guiris y nacionales que se
mueven habitualmente, sino la cuarta o la quinta parte de esa cifra. Para colmo, las
derechas que en su día pedían cerrar las fronteras y echar a los extranjeros, ahora dicen
que no, que los turistas deben venir en masa y sin cuarentenas, aunque sea preciso
hacerles PCRs uno por uno. Ya se sabe: no es lo mismo un moro inmigrante que un jeque
marbellí, aunque los dos recen mirando a La Meca.
Cada norma para la desescalada, cada instrucción respecto a la apertura de locales o el
retorno de los chavales a colegios e institutos, provoca un sin fin de interpretaciones,
mosqueos y enfoques de lo más retorcido. Volvemos a la idiosincrasia ibérica (y ya me

perdonarán los portugueses, que son de otra pasta). Creo que fue Fernando Díaz Plaja
quien publicó un libro sobre los españoles y los siete pecados capitales en el cual se
llamaba la atención sobre el hecho curiosísimo de que en nuestro bendito país había sido
preciso poner en tranvías, autobuses y otros lugares el cartel “Prohibido fumar, o llevar el
cigarro encendido”. Para que los espabilados no se salieran por la tangente (“Oiga, ¡que
solo llevo el pitillo en la mano!” cuando les llamaban la atención por incumplir la
ordenanza. Teníamos la impresión de que esto era agua pasada. Pero el Covid 19 nos ha
devuelto a nuestros ancestrales vicios.
Pues eso, que sigo sin síntomas. Y tranquilos, hierba mala...

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