¡Negativo! Ya estoy libre del virus

El PCR ha dado negativo. Según lo cual la Covid 19 se ha ido de mi organismo como vino: sin dar señal alguna, sin dejar rastro (bueno… los anticuerpos, que quizás me garanticen cierta inmunidad, o no, o vayan ustedes a saber). Estoy encantado de abandonar al fin la cuarentena, volver a moverme libremente por mi casa, poder salir a la calle, saludar al vecindario y cerrar el capítulo de las preocupaciones y la paranoia. El mío ha sido un caso asintomático total. Así que puedo considerarme afortunado, y de hecho estoy tan contento que ni siquiera la triste situación política le resta un ápice a mi alegría.

Pasar el coronavirus sin síntomas te deja una sensación extraña. De alivio, por supuesto. Y también de cierta irrealidad. Cuando tanta gente ha muerto o lo ha pasado muy mal, haber transitado sin daño alguno por el interior de la pandemia resulta cuando menos turbador. Nuestra vida está sujeta a las leyes del caos, cuyas arbitrarias consecuencias identificamos con la suerte o la desgracia, y que han dado lugar a la idea de que existe un dios justiciero, amable, tiránico o caprichoso ( la Biblia es un muestrario de estas y otras facetas de la naturaleza divina). Creemos ejercer nuestro libre albedrío cuando escogemos tomar uno u otro camino, mas el caos siempre acaba llevándonos por donde le place.

Dejemos la transcendencia, pasemos a la actualidad. Hoy no puedo analizarla sin cierto pitorreo, ya me disculparán. Pero, ¿existe alguna posibilidad de tomarse en serio el batido de ColaCao que ha montado el Gobierno? Porque ni tomando en cuenta las dificultades que tiene Sánchez para cuadrar la aritmética parlamentaria que le permite seguir gobernando (y sufriendo), o las presuntas limitaciones de Adriana Lastra, o el empeño de Pablo Echenique en ignorar los fundamentos de la política, o el oportunismo absoluto de EH Bildu… cabe entender qué demonios pasó con la negociación entre el Gobierno y los abertzales. Esa negociación que ni siquiera conocieron las ministras y los ministros, ni los agentes sociales, ni los señores del PNV, que están atacadísimos y con razón. En consecuencia, se proponen teorías según las cuales todo fue una maniobra de Iglesias para ir creando un relato que le permita salir del Ejecutivo antes de que su gesticulación izquierdista choque con las necesidades imperiosas de una crisis bestial. O bien, se dice, es Sánchez el que pretende manejar la legislatura poniéndoles velas a Dios, al Diablo y al Lucero del Alba. O quizás todo ha sido fruto de la incapacidad de quienes mueven los hilos, combinada con el hecho de que los partidos actuales (y el PSOE y Unidas Podemos, por supuesto) se han verticalizado al máximo y sus cúpulas han quedado reducidas a unas camarillas en las que cuatro o cinco personas, no más, hacen lo que creen conveniente y los demás se limitan a asentir cuando son informados de lo que hay. O sea, que no hay visión ni inteligencia colectivas, ni siquiera coordinación.

No debe ser casualidad que, mientras el vodevil con Bildu dejaba al pie de los caballos al Gobierno, su flamante vicepresidente segundo fuera reelegido “a la búlgara” como jefe supremo de Unidas Podemos, tras una asamblea-congreso virtual en la que apenas ha participado una fracción de la militancia. Ya no hay nadie que conteste las directrices del mando (salvo algún caso apenas testimonial), los críticos se han ido o han sido expulsados, el debate interno es nulo o intrascendente y aquella nueva fuerza política que hace cuatro años ilusionó a tanta gente se ha convertido en una organización vieja y cansada, decadente y aferrada a unos clichés retóricos que de nada sirven cuando hay que pasar a la acción.

Los socialistas tampoco están mejor. Ferraz es como el Limbo de los Justos, un lugar donde ya no pasa nunca nada. En Moncloa, el presidente y secretario general se rodea de sus fieles más íntimos para ganar un día más en medio de un laberinto de negociaciones, llamadas, arreglos y promesas. Dudo que esté enterándose bien de cómo evolucionan los acontecimientos.

Y las derechas, por supuesto… felices. Nada hay más placentero que ver cómo tu adversario se dispara a los pies justo en el momento más importante del enfrentamiento. Casado y Abascal estarán flipando, porque sus ensoñaciones más disparatadas se hacen realidad como por arte de magia. No es mérito suyo (aunque haya querido atribuírselo la ministra portavoz, en un patético intento de explicar la disparatada situación actual). Se lo han dado hecho.

En fin, yo parto de la base de que en España ser de izquierdas es un vicio. Sí, también una inclinación ideológica movida por buenos sentimientos y guiada por la razón. Pero, al final, un vicio: perjudica la salud, te trastorna, te saca de quicio, te ofrece pasajeras satisfacciones y momentos tan largos como oscuros, te convierte en compañero de viaje de personas que en circunstancias normales ni saludarías… Y sin embargo no lo puedes dejar. La libertad, la igualdad y la justicia son reclamos demasiado potentes. Pues eso: ¡a sufrir!

Comentarios

  1. Genial!
    Por otro lado, tu reflexión acerca de ser de izquierdas en España me ha recordado lo de algunos amigos y el Real Zaragoza. :)

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  2. Asín es, querido. Mira tú los felipes, arfonzos, solchagas, voyeres, albertos, ... Pa no echar gota. Grandes estadistas, se decía, y aún se dice. En mi opinión, grandes embaucadores. Se la vì!

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  3. Una derivada clave y divertida de este cafarnaum va a ser comprobar cuanto tiempo aguanta la nueva lideresa de la droite divine del PSOE, la ministra con inteligencia nivel Nobel Nadia Calviño, a compañeros de viaje como Lamban y Page a su lado.

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