Las izquierdas, en la cuerda floja

En sí misma, la pandemia resulta demasiado desconcertante como para que encima se haya convertido en un fenómeno político descontrolado y sujeto a las más estupendas demagogias. Aquí está España: ayer, las derechas exigían confinamiento absoluto a un Gobierno vacilante y asustado ante las consecuencias de tal medida; hoy reclaman a cacerolazo limpio un inmediato y total desconfinamiento al mismo Ejecutivo, que ahora, ¡ay, madre!, anda con pies de plomo visto lo sucedido en los últimos dos meses. Lo de Madrid, por supuesto, es una astrakanada en toda regla. Y el debate mediático al respecto da grima (y ya me perdonarán mis colegas de la Villa y Corte), porque se ha informado sobre el coronavirus tan mal, tan de parte y con tales incoherencias que el único objetivo logrado ha sido volver al personal majara.


Cada vez le tengo más respeto y miedo (lo confieso) al Covid 19. Porque es imprevisible, actúa según unas claves aún no decodificadas y su presencia y sus efectos desafían cualquier intuición. Lo sé porque, tras dar positivo yo mismo, estaba pendiente de los análisis que le habían hecho a mi señora, y resulta que ha dado negativo. Desconcertante (aunque me alegro mucho, pues así jamás podrá reprocharme haberla infectado). Repito una vez más que esta enfermedad desafía los protocolos y constituye una durísima prueba para los gestores de la salud pública. Aquí no valen ni los simplismos ni las idioteces en plan “cuñao” ni las categorizaciones en blanco o negro de los portavoces políticos. Esta situación requiere mucha paciencia y mucha finura.


El planeta entero se agita y tiembla. Suecia, que iba de lujo, empieza a tener serios problemas. Estados Unidos se hunde en el desastre. Brasil es una casa de locos. A la postre, muy pocos países van a salir de rositas. Eso empieza a ser evidente. En cuanto a las interpretaciones ideológicas, están ahí aunque no vengan a cuento. Ultrarreaccionarios como Trump y Bolsonaro han jugado a ningunear la pandemia, en contra de sus respectivas oposiciones progresistas que pedían confinamiento. En Alemania, por el contrario, se alzan voces de izquierdas a favor de una normalización rápida. Como en Gran Bretaña, donde Johnson empezó la cosa riéndose del “bicho”, luego rectificó y se puso serio, y en estos momentos es protestado por los de la acera de enfrente (allí estaba el hermano del exlider laborista Corbyn) que quieren desescalada ya. En España, Abascal no quiere saber nada del Covid, lo suyo es la resistencia anticomunista, a la cabeza de los “borjamaris” del barrio de Salamanca. 


En medio de la tormenta, las izquierdas hispanas están cogidas en una especie de cepo. Sus dos principales partidos no atraviesan su mejor momento. El PSOE está dividido internamente y algunas de sus baronías desafían abiertamente al secretario general, el cual, a su vez, se ha encastillado en Moncloa con sus fieles. La pandemia ha arrastrado como un bestial alud al “sanchismo”, que estaba a otras cosas y otros temas, y cuyos equipos tenían misiones completamente distintas de las que han tenido que afrontar (si no, véase a Lilla, el ministro de Sanidad, que estaba allí para engrasar el diálogo con los independentistas catalanes y no para liderar desde un departamento vaciado una movilización sociosanitaria sin precedentes; o la vicepresidenta Teresa Ribera, gran experta en sostenibilidad y energía, fichada para conducir la transición ecológica pero luego encargada de coordinar la compleja desescalada). El famoso Iván Redondo, eminencia gris de Sánchez, tampoco estaba capacitado (ni lo está todavía, según se ve) para asesorar sobre comunicación en una coyuntura tan crítica. En la socialdemocracia española, sea en su versión monclovita o en la de los viejos saurios del no menos viejo y caduco “aparato”, falta sustancia y proyecto.


Unidas Podemos, a su vez, se ha encapsulado definitivamente. Ya no disfruta de aquella ventana de oportunidad que Iglesias cerró con sin par alegría al tiempo que destruía, también con gran dedicación, su propia marca personal. La tercera Asamblea Ciudadana (el Congreso) de la organización, virtual y telemático, no ha albergado debates dignos de mención ni candidaturas alternativas ni ninguna otra cosa que una enorme rectificación: los jefes ya no sufrirán limitaciones ni en lo referido a sus mandatos ni a sus ingresos. Se acabaron los melindres y el pobrismo. UP es un partido como todos, dirigido por una camarilla, verticalizado, oportunista y de programa abstracto. Del 15M y la reinvención de la izquierda quedan unos jirones de retórica rupturista, un insuperable infantilismo y una notable incapacidad para entender la realidad real.


Para esas izquierdas no hay más salvación que la grotesca deriva de las derechas españolistas y la cada vez más obvia vaciedad de los nacionalistas periféricos. Cada tarde, esa calle Nuñez de Balboa, en la milla de oro de la capital de España, los señoritos y los idiotas fanatizados que salen a montar el pollo justifican a Pedro y a Pablo, que no son lo que los progresistas de este país quisieran, pero al menos parecen personas medio normales. Es lo que hay.


Comentarios

  1. En la milla de oro zaragozana las carceroladas aisladas y disonantes. desafinan en la tarde de primavera. No suenas a caceroladas suenan a batida de huevos o a un montado de claras ¡Qué merengue más brillante se ha perdido entre tapaderas!

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