La prensa arruinada no puede ser libre


Trump no es Nixon porque su tiempo nada tiene que ver con el que contempló la dimisión de un presidente de los EEUU que había mentido, había intentado trampear las reglas del juego democrático y había sido puesto en el punto de mira de los grandes medios liberales (léase progresistas). Claro que el Washington Post de ahora, aunque sigue siendo un gran diario, tampoco es el de entonces: fue comprado no hace mucho por Jeff Bezos, el dueño de Amazon, cuya enorme fortuna se está multiplicando en medio de la pandemia (de rebote, el virus trabaja para el oligopolio que domina internet). En algo más de cuarenta años se han producido abruptos cambios sociopolíticos de dimensiones tectónicas. En los últimos dos decenios, la prensa y los espacios puramente informativos de la radio y la tv han dejado de ser los grandes modeladores de la opinión pública. No solo han sido desbordados por la enorme inundación comunicativa provocada por las llamadas redes sociales, sino que han quedado arruinados. El modelo de negocio basado en la publicidad y la venta de copias impresas está quebrado. En España, donde ese fenómeno ha sido especialmente traumático, el impacto del Covid 19 dará el tiro de gracia al sector.

Cada 3 de Mayo se celebra el Día Mundial por la Libertad de Prensa. ¿Libertad? ¿Qué clase de libertad, de autocontrol y de independencia pueden tener unos medios en quiebra técnica? Esa es desde hace tiempo la gran cuestión. Nuevas publicaciones cien por cien digitales han surgido en nuestro país para intentar recuperar las virtudes de una industria y una profesión que durante la Edad Contemporánea fueron consustanciales con la democracia. Pero dichos periódicos no han despegado económicamente y por tanto sus recursos son limitados, sus ingresos también, y su sustento se basa en la adhesión y el apoyo de las comunidades (no muy amplias) integradas por sus entusiastas lectores. En cuanto a los diarios tradicionales, su transición al nuevo soporte se ha hecho a trancas y barrancas. No supieron forjar acuerdos que les permitiesen poner en valor sus contenidos. Prefirieron utilizar los EREs para reducir costes al precio de vaciar de talento las redacciones, rellenándolas con una mano de obra novata, precarizada y mal pagada. Ahora, quieren sobrevivir tras lo muros de pago. Justo cuando ofrecen un producto mucho peor que el de hace veinte años. Veremos.

Sin periodismo no hay democracia, y sin democracia y medios económicamente saludables no hay periodismo. Esta es la verdad, aunque duela. Internet ha creado una realidad que rompe por completo con la existente hasta muy poco después del inicio de este siglo. La crisis de la información elaborada y servida por profesionales es uno de los jalones que señalan el final del mundo contemporáneo, como la invención de la imprenta marcó el paso de la Edad Media a la Moderna.

España está llena de periodistas titulados en más de cincuenta facultades. Por estos centros han pasado decenas y decenas de miles de jóvenes. Es un hecho inusual, anormal y que ejemplifica en el terreno académico el fenómeno, tan actual, de la “burbuja”. De forma simultánea, los profesionales no hemos dejado de discutir sobre quién es, o no, periodista y cómo se forma. Tal debate, que ha acaparado una y otra vez las asambleas generales de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), carece ya de sentido. Por encima de diplomas, carnets y reconocimientos públicos, el torrente de noticias, filmaciones, testimonios, mentiras, memes, manipulaciones, estupideces y canalladas que producen las redes a cada segundo ha generado una situación incontrolable… y que a todos nos arrastra.

¿A quién llamamos periodista? ¿A los que actúan como la voz de su amo desde las distintas trincheras ideológicas?, ¿a quienes se han cambiado de acera y ahora trabajan a mayor gloria de la imagen de políticos, empresarios, banqueros, famosos o quien quiera que les pague?, ¿a los que comían en la mano de Villarejo?, ¿a los que informan y opinan sin saber de qué hablan o escriben?… No sé. No hay entidad corporativa capaz de albergar un colectivo tan disperso, dispar, extravagante y empobrecido.

Estoy seguro de que el periodismo profesional de calidad seguirá existiendo. Pero habrá pocos medios que lo practiquen. Serán en todo caso plataformas informativas de difusión global o webs más locales que sepan definir sus objetivos y acertar al seleccionarlos. Su clientela serán las élites y clases altas o medias-altas ilustradas que puedan y quieran pagar contenidos premium. Tener una visión fiable, anticipada, bien contada y contextualizada de lo que ocurre será un privilegio (al igual que comer bien, vestir bien, viajar en circuitos no masificados, leer ficción y no ficción, ir al teatro o practicar ciertos deportes). Esto, que conste, ya está ocurriendo.

Quien pueda y quiera pagar por la buena prensa disfrutará de la libertad de prensa. Si no, siempre quedará internet o lo que haya de venir luego.

Comentarios

  1. Amén. Hoy más que nunca echo en falta lo que se calla. Silenciar según que temas es igual de penoso que maquillarlos

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    1. Claro, Concha. Pero tú y yo sabemos que los medios y sus profesionales no solo son incapaces, por falta de medios y convicción, de informar en profundidad sobre situaciones tan jodidas y complejas como la actual, sino que además su situación económica, superprecaria, les impide hacer gala de un mínimo de independencia. Jamás se había visto al periodismo en una situación tan frágil y desesperada.

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