La invasión de los ladrones de cuerpos

Como no logro entender bien mi situación (infectado, aislado, aprensivo en grado sumo… pero por ahora sin ningún síntoma) intento encontrar respuestas a tal enigma. De momento, el mapeo de la pandemia no me ha despejado demasiadas incógnitas. Queda claro que el índice de contagios nunca ha sido muy alto, pese a sus terribles consecuencias. Sin embargo, tampoco debe ser fácil establecer una muestra capaz de representar la situación con total exactitud. Algunos datos, como los que ubican en Madrid y sus alrededores uno de los más altos niveles de expansión del virus, estaban cantados. Pero persisten los misterios, las dudas razonables y la sola certeza de que en la lucha contra el Covid 19 no hay otro remedio que ir buscando salidas tanteando en la oscuridad. Quien diga lo contrario (y en España hay muchos voceras que lo hacen) no tienen ni idea de lo que pasa. 


Por otra parte, he leído acerca de un estudio que científicos de la Universidad de Princenton iniciaron incluso antes de esta catástrofe, desarrollando modelos basados en las gripes, que luego han actualizado. Su conclusión es desconcertante: los virus mutan, pero luego la selección natural determina el éxito o no de tales mutaciones… y parece evidente que la ausencia de síntomas es un truco, en este caso del Covid, para garantizarse la expansión. Al pasar desapercibido, sus huéspedes ni son detectados de inmediato (y aislados) ni mueren. Siguen pasando la bola sin que nadie (ni ellos mismos) lo sepa. Y entonces surge la pregunta: ¿esa evolución del patógeno, ese astuto “juego” con su portador, lo hará más maligno pues podrá ir y venir con disimulo eligiendo las víctimas más propicias?, ¿o por el contrario acabará convirtiendo su versión asintomática en un “bichito” inocuo que viajará con nosotros sin hacernos daño alguno?


Vuelvo ante el espejo. Tras más de dos meses de confinamiento, mutado ahora en encierro total, mi aspecto dista de haber mejorado: palidez, bolsas bajo los ojos, músculos flácidos… Y para más inri, ahí dentro, debajo de esta ajada funda, el coronavirus acecha maquinándo quién sabe qué maldades. ¿Seré la versión hispanomasculina de la niña de “El Exorcista”?


Entonces, como una revelación, he recordado “La invasión de los ladrones de cuerpos”, una de ciencia-ficción, serie B, producida en 1956 y convertida más tarde en película de culto.  Sí, hombre, aquella de las semillas llegadas del espacio que luego van apoderándose de los habitantes de una pequeña población californiana convirtiéndoles en los huéspedes manipulados de una extraña ¿invasión?, ¿enfermedad?, ¿conspiración?… La cinta se basaba, creo, en una novela de Jack Finney, y el director Don Siegel la transformó en una enorme metáfora sobre la paranoia anticomunista desatada por la caza de brujas que dirigió el senador MacCarthy. Recuerden: desde 1947 a 1957, dicho personaje, representante de la versión más dura y autoritaria del Partido Republicano, dirigió investigaciones ejecutivas destinadas a detectar y “neutralizar” presuntos simpatizantes de la URSS (bastaba con fueran reconocidos progresistas) en cualquier ámbito: universidades, editoriales, medios de comunicación… Hollywood fue su objetivo favorito. Las delaciones para salvar el pellejo y las “listas negras”, que impedían trabajar a quienes habían sido señalados previamente, generaron una atmósfera represiva, antidemocrática y destructiva. Fue simplemente demencial.


Lo cual me pone en bandeja la siguiente reflexión. Tal vez, y solo tal vez, los grupos de personas aparentemente poseídas que cada tarde recorren las aceras del barrio madrileño de Salamanca (lo más fino entre lo fino) pidiendo libertad (¿?), desafiando el confinamiento y denunciando el golpe de Estado comunista son huéspedes de un virus o su mutación. Tal vez quienes clamaban por el cierre total y ahora exigen a gritos la apertura definitiva (mientras, por cierto, la pandemia sigue presente y parece recobrar las fuerzas) no son simples caricaturas paleorreaccionarias, sino receptáculos de un organismo que maneja sus mentes. Algo llegó del espacio o salió de algún oscuro rincón biológico y extiende su mefítica influencia entre las gentes de orden (bueno, ahora de desorden). Puede que esa plaga aproveche determinadas predisposiciones de quienes se alinean en la derecha más derecha. Quizás sea capaz robar los cuerpos y concertar sus acciones en torno a los huéspedes principales y sus adláteres. No es asintomática en sentido estricto, persigue objetivos políticos bastante obvios. “Esto no ha hecho más que empezar”, ha dicho la presidenta Ayuso.


Por si las moscas, y con la excusa de que debo mantenerme completamente aislado, desde que cargo con el coronavirus en casa no me dejan ni acercarme a las cacerolas. Estoy rodeado de bolivarianos. ¡Aaarrrggg!


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