Hay gente para todo… y para más

El coronavirus ha sido clasificado en el género femenino (“la” Covid 19) por los señores académicos. De lo cual tomo nota. A mí, lo que me digan. Encerrado en mi particular lazareto, obligado a pasar las horas mirando los árboles del soto a través de la ventana, del ordenador a los libros, de los libros al ordenador pasando a veces por la pantalla de la tele, compruebo mi analógica vocación socializadora, presencial e interactiva. No es que no admire los avances tecnológicos y las maravillas de la revolución digital, pero ahora mismo lo que más me gustaría sería salir a tomar el vermut, pasear y hablar de tú a tú con mis amigos. Por algo soy de este país que ha sido capaz de movilizar los bares antes que los colegios sin que llegara a producirse polémica alguna al respecto. Aquí discutimos por todo y la confrontación política e ideológica alcanza límites inauditos. Pero sabemos a qué atenernos: no hay más normalidad que la definida por el derecho a tomar las cañitas de rigor, y el curso escolar… mejor darlo por finiquitado. Ahora lo que importa es quemar etapas de la desescalada, poner en marcha la industria turística, abrir de par en par las playas, y que podamos manifestarnos a go-gó para sentir que aún estamos vivos (y para que las buenas gentes de la ultraderecha se esmeren en derribar al Gobierno).


Yo le doy bastante importancia al contexto internáutico, pero mi querida esposa (la reconocida politóloga Cristina Monge) me lo discute. A ella no le impresiona tanto el ruido de los “trolls” y “bots” paleoconservadores, la bronca de los portavoces del PP y Vox, el folklore caribeño y trumpista, las campañas de los medios de la carcunda y toda la banda sonora. Cree que esa inundación comunicativa no cala en las mayorías ni determina al cien por cien la opinión pública. Pues vale, ojalá fuera así. Con todo, a mi no me quitan de la cabeza la idea de que tan pertinaz lluvia acabará traspasando paraguas e impermeables, y saltará de las burbujas o círculos nacionalcatólicos y fascistoides a otros grupos que sucumbirán a unos mensajes tan constantes, simples y manipuladores. Los “cayetanos” y los frikis de las cacerolas son la fanfarria que abre el camino al cúmulo de intereses personales y corporativos que se proyecta sobre la sociedad asolada por la pandemia. La cosa va de fiscalidad, presupuestos, rescates y otras cuestiones de similar jaez que habrán de ser tratadas en las próximas semanas y meses. Mas no nos tomemos a broma la labor sistemática de las plataformas, partidos y cofradías que se conjuran para escenificar el show antigubernamental. Su acoso sin tregua ya desgasta a un Gabinete (el que preside Sánchez) particularmente débil y condicionado por un juego de alianzas tan enrevesado como caprichoso.


Se escuchan y leen cosas tremendas. Que el tal Negre le esté montando el pollo al ministro Ábalos, podemos tomárnoslo a efectos de inventario, porque la ley del escrache vale para todos. Tampoco ha de sorprendernos que voceros del patrioterismo hispánico acojan de muy mala leche las promesas de la UE para apoyar a los países miembro más afectados por la Covid 19 con cuantiosas subvenciones no reembolsables (¡que bien les va a venir a los socialcomunistas!, claman indignados los muy… españoles). No obstante, sorprende la rapidez y la contundencia con la cual las nuevas internacionales del odio y la paranoia reaccionan ante cualquier asunto que forme parte de sus ansias y argumentarios. Este mismo martes, por poner un caso, ABC publicó un informe-reportaje sobre el movimiento antivacunas y la eficacia de sus técnicas de comunicación a través de Internet. Vi que el artículo estaba muy comentado. Quise leer esas opiniones… Y me encontré con que la mayoría de ellas eran, precisamente, un demencial catálogo de improperios contra la ciencia, la medicina-medicina, la fundación de Bill Gates, los experimentos en curso para encontrar cura al coronavirus y cualquier barbaridad extraída de las teorías conspirativas al uso. Son estúpidos, pero muy persistentes.


En la Ser (Hora 25, noche del lunes) he escuchado un debate entre el director adjunto de “La Vanguardia”, Enric Juliana, y el columnista y exdirector de ABC, José Antonio Zarzalejos. El primero consideraba que los actuales llamamientos a manifestarse contra el Gobierno de España provienen directamente de la posición adoptada por las derechas ya en enero, cuando declararon ilegítimo el Gobierno votado y respaldado por la mayoría del Congreso. Ahora, con la pandemia de por medio, esa voluntad destitutiva se habría reforzado y radicalizado hasta transformarse en una “rebelión” grotesca en sus formas, minoritaria e incluso ridícula, pero integrada en la táctica de las derechas con representación parlamentaria. El segundo replicó que no, que solo estábamos ante el lógico deseo de unas personas determinadas a ejercer sus derechos democráticos, en línea con lo que también ocurre en otros países donde algunos grupos ponen en cuestión los confinamientos y la suspensión de las garantías constitucionales. No es para tanto, aseguró, ni es una rebelión ni forma parte de conjura antigubernamental alguna. 


Por supuesto estoy de acuerdo con Juliana. Los que ahora salen a la calle a tocar la batería (de cocina) son pocos, raros y dan risa. Ahora bien, su evidente intención es derribar al Gobierno, objetivo en el que coinciden con Abascal, Rosa Díez, Cayetana (¡uy, perdón, se me ha escapado el nombre!) Álvarez de Toledo y el propio Pablo Casado. Me sonó raro que un hombre como Zarzalejos, del centroderecha clásico, habitualmente sensato y templado, se dejase llevar por las absurdas tesis de las libertades y los derechos presuntamente conculcados, y no fuera capaz de definir con la debida precisión el fenómeno que se está produciendo (como sí hizo, en la misma tertulia, la redactora jefa de El Mundo Lucía Méndez Prada). Si alguien así se deja llevar por la corriente… Cuidado con el tema.


Por cierto... aquí os dejo un vídeo que os sacará más de una risa...



Comentarios

  1. En este tiempo tan raro, en el que reconozco ha descubierto placeres impensables hae poco tiempo-el sosiego por ejemplo-he confirmado que algunas mentes lúcidas como la de Zarzalejos están algo aturulladas. Y ha confirmado que hay una nueva generación de jóvenes articulistas "vargallosistas" que deben pensar que que sus postulados tan dogmáticos , como conservadores, son la esencia más preclara de lo que debe ser la libertad. Aysss

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