Habría que celebrar elecciones todos los meses…

… Al menos (déjenme terminar la frase) hasta que ganen quienes no admiten otra opción que no sea su victoria. Aunque, bien pensado, ni siquiera votando una y otra vez se podría dejar satisfecho a todo el mundo: ni a las derechas, que solo entienden su manera y sus intereses; ni a ciertas izquierdas, que preferirían una utópica democracia directa y asamblearia a la de carácter representativo que disfrutamos; ni a los nacionalistas periféricos, empeñados en adquirir, intento tras intento, una hegemonía social (por supuesto irreversible y eterna) que dé alas a su impuso secesionista; ni a quienes prefieren volver al bipartidismo o, por el contrario, aspiran a la máxima multilateralidad… El mismo Sánchez quiso ir dos veces a las urnas, empeñado en mejorar su chance; pero no mejoró nada, sino todo lo contrario.

Elecciones una y otra vez para despejar las dudas, recolocarlo todo y dar salida, o no, a la histeria política que se ha instalado en el país. Una histeria que produjo ayer resultados tan significativos como el hecho de que la bronca sesión del Congreso (con las derechas insultantes en grado superlativo) copó los titulares mientras las primeras decisiones de la UE dirigidas a crear fondos no reembolsables para la reconstrucción apenas tenían ningún eco en los foros. Y eso que España podría ser el estado más beneficiado por tales subvenciones, después de Italia. Decenas de miles de millones en ayudas y otras decenas de miles de millones en créditos (en total más del 12% de nuestro PIB) pasaron no diré que desapercibidos, pero sí como un mero suceso colateral. En los círculos reaccionarios, tan activos en redes y medios, esa inyección de dinero decisiva para salir de la ruina creada por la pandemia fue recibida con disgusto, incredulidad impostada y cierto sarcasmo. Definitivamente, la locura galopa sin freno por las Españas.

Mi querida esposa me consuela cada noche, mientras escuchamos noticias y comentarios, asegurándome que el estrépito fascistoide que repican PP y Vox no llega a los grandes grupos “normalizados” de la opinión pública. La gente del común, me dice, lo que reclama es unidad y soluciones a problemas mucho más cercanos y reales que los exabruptos de Cayetana Álvarez de Toledo o las notas biográficas referidas al coronel Pérez de los Cobos. Eso, al menos, es lo que apuntan las encuestas. Sin embargo, a mí las encuestas ya no me parecen un instrumento fiable a la hora de medir la actitud de la ciudadanía. Y de esta manera yo mismo acabo remitiéndome a unas futuras elecciones, que a lo mejor se producen muy pronto; porque si el apurado Gobierno no logra sacar adelante unos Presupuestos Generales, esto no dará más de sí.

Por otro lado, como no me canso de repetir, el ruido funciona como envoltorio de otro fenómeno mucho más contante. El proyecto conservador de antes, de ahora y de después se concreta en un modelo social y económico que conceda más y más ventajas a los muy ricos y deje cada vez más desprotegidos a las clases medias y a los pobres (que en buena medida pronto serán la misma cosa). Por desgracia, las inercias globales (con retorno al proteccionismo nacionalista o sin él) apuntan en esa dirección. El coronavirus ha sido un terrible accidente que puede desactivar a los populistas (como cree mi amigo Daniel Innerarity) al convertir en hechos probados la importancia de la “lógica institucional”, de la ciencia y de la “comunidad global”. No obstante (eso es lo que me temo yo) su violento impacto puede dar alas al pensamiento mágico paleorreaccionario, a las respuestas autoritarias y a una falsa percepción de la realidad.

Hoy, mientras en el Congreso se siguen tirando los trastos a la cabeza (Pablo Iglesias quiere explotar el protagonismo que le regaló la marquesa Cayetana), el cierre de Nissan y alguna otra gran empresa siembra el pánico entre una clase trabajadora cuyo futuro pende de un hilo. Los más clarividentes intuyen un porvenir donde los salarios miserables y los empleos precarios (e incluso, por qué no decirlo, el llamado ingreso mínimo) sean la contrafigura cronificada y sin remedio de unas élites multimillonarias y ajenas cualquier deber fiscal.

Pero queda mucho partido por jugar. A lo mejor me equivoco. Mientras, si tienen curiosidad, léanse las sugerencias que propongo ahí al lado: el artículo en infoLibre de mi querido colega Maraña y el que ha publicado en El País mi brillante mujercita, Cristina Monge. Dos por el precio de uno (que el diario dirigido por Sol Gallego es de pago, ojo).

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