Elegí mal día para dejar el gintonic

Conforme avanzaba el confinamiento, allá por el mes de abril, empezaron a preocuparme las consecuencias de una vida tan relajada. Escaso ejercicio físico (lo siento, pero habían cerrado el gimnasio), malabares gastronómicos (qué vas a hacer, si no, con tanto tiempo libre) y las cervecitas, los vinitos y los gintonics. O sea, lo normal. Pero, ¡ay, amigos!, desde que empecé a ponerme modorro y luego me detectaron el Covid, he pasado a otro nivel: ni salgo a comprar ni cocino ni bebo (salvo agua) ni nada de nada. Lo cual, si estuviésemos en otras circunstancias, tal vez fuese más llevadero, pero en este tiempo de pandemia y desastre es difícil de soportar. Estoy jodido, lo juro. Ahora mismo me fumaría algo y me tomaría una copa bien a gusto. Pero la salud es lo primero y debo resistir (que es vencer) manteniendo el organismo lo más sano posible. Estar asintomático exige un esfuerzo. 


El brutal asalto de la enfermedad ha producido una nueva realidad distópica ante la cual nuestros mejores sueños no han podido sino disiparse cual nube de humo azotada por el huracán. Yo fui (llámenme iluso o estúpido) de los que muy al principio aseguraron que esto no iba a ser para tanto. Pronto me di cuenta de que era para más, mucho más. Y a día de hoy ya no se trata solo de llorar por las decenas de miles de muertos, los enfermos, sus familias y todas las víctimas directas, sino de  hacernos a la idea de las consecuencias de todo tipo. La gente mejor intencionada pretende recuperar la esperanza asegurando que la experiencia actual nos hará más sabios, más fuertes y más solidarios, porque seremos más conscientes de nuestra debilidad y de lo importante que es mejorar los instrumentos que garantizan el bienestar: la sanidad, los servicios sociales, la educación, la cultura… Que sí, que vale, que eso sería lo conveniente y lo lógico. Pero me temo que el inmediato futuro-presente no irá por ahí. La economía española es demasiado frágil y demasiado dependiente. Si los turistas no vienen (en gran masa) y las multinacionales se retraen, díganme ustedes como salimos a flote. El sector público ya era antes deficitario; la deuda, monumental; la red fiscal estaba llena de agujeros (por donde siempre se escapan los peces más grandes), y después del paso del coronavirus la quiebra de las administraciones está garantizada. Salvo que la Unión Europea eche una mano. O algo más que una mano.


Lo peor es que España ni estaba ni está para soportar semejante prueba. Ni la gente de la política (sectaria, interesada y no muy competente) ni la gente-gente (desentendida, pasiva y a menudo ignorante). Poco han de sorprendernos las vacilaciones y los yerros de un Gobierno que se formó para otra cosa bien distinta que afrontar una crisis de tales dimensiones. Pero menos debe extrañarnos la salvaje vocación destructiva de una oposición de derechas enervada por sus peores impulsos reaccionarios; unos impulsos, por cierto, superiores en intensidad a los que mueven a los nacionalistas periféricos, que ya es decir. 


Es evidente que PP y Vox, jalonados por diversas organizaciones de la ultraderecha nacionalcatólica  (léanse el artículo de infoLibre cuyo link proponemos en nuestras recomendaciones), trabajan activamente para sustituir los aplausos a los sanitarios por las caceroladas contra el Gobierno, y los balcones por las calles. Así, mientras la España “normal” se ocupa de mantener la disciplina social, no darle más oportunidades a la enfermedad y forjar algún tipo de unidad ciudadana; la más reaccionaria (llámenla fascista, tardofranquista o “trumpista”) fomenta la ruptura de un orden que no consideran suyo, promueve la desobediencia, exige finiquitar las normas dirigidas a frenar el virus (que sin embargo sigue matando) y amenaza. “Esto (lo sucedido en el barrio de Salamanca) no es nada. Esperad que salgamos en masa”, sugieren desde tribunas reales o digitales.


Por supuesto, la naturaleza bizarra y friki de quienes dan la nota saliendo a golpear señales de tráfico con el palo de golf (el nuevo “Pijo Manteca”) no debe despistar a nadie. La crisis exigirá muy pronto definir políticas sociales, económicas, laborales… y fiscales. No se tratará solo de aprobar, o no, un infantil impuesto a los ricos o tasa Covid como el que proponen los de Unidas Podemos (ignorantes, supongo, de que los multimillonarios no tienen rentas ni patrimonios como personas físicas, sino que los camuflan en otras figuras más complejas). Será preciso abordar la reforma en profundidad de una Hacienda que dese hace tiempo no es progresiva ni justa ni siquiera eficiente. Habrá que incrementar los ingresos de manera razonable. Pero, ya puestos, habrá que reordenar asimismo el gasto, para aprovechar mejor hasta el último céntimo y dinamizar un sector público limpio de burocracias absurdas, inoperancia y corrupción.


Ahí se las verán (de verdad) los de las cacerolas y los de los aplausos. Tiemblo por estos últimos.


Comentarios

Entradas populares de este blog

...Y esta vez no es un virus

Si no votas ahora, no llores luego

Perro Sánchez sale vivo... y las derechas alucinan