Dos universos frente al Covid 19


Un extraño 1 de Mayo. Con manifestaciones virtuales. Con los sindicatos de clase sumidos en la impotencia. Peor aún: refugiados en los viejos reductos ideológicos y retóricos que se alzaron hace ya mucho tiempo para una sociedad diferente, cuando el capitalismo era otro, la clase obrera tenía unas hechuras mucho más compactas y las últimas revoluciones tecnológicas no habían dinamitado para siempre el valor del trabajo (al menos de buena parte del mismo). Pero, sin embargo, la pelea sigue ahí. Desde los balcones españoles, aplausos o cacerolas son el símbolo de dos maneras de ver la pandemia, dos universos que ya se alinean para confrontar dos maneras de ver la realidad y sobre todo el futuro inmediato. O más desregulación y sálvese quien pueda, más negocio privado y menos democracia; o bien nuevas formas de coproducción política (salvando la brecha entre representantes y representados), una reforma fiscal y un concepto de lo público que revalorice la función del Estado con más democracia y más igualdad. Ante un panorama dominado por la incertidumbre y el miedo de mucha gente, las izquierdas tienen que asumir, de nuevo, una función transformadora e integradora. O eso, o se impondrá el salvajismo económico que propugnan las derechas más duras, destructivas y excluyentes.

Digo izquierdas y derechas por situar espacialmente las posturas que desde hace años, y no digamos ahora, pugnan por determinar el presente y el porvenir. Me valdría cualquier otra: arriba y abajo, las élites y la gente, reaccionarios y progresistas… La vieja geometría ideológica surgida en la Revolución francesa es, para mi gusto, la más evocadora. Incluso en estos momentos.

Ante el día después (que quizás es ya el día de hoy) se dibujan propuestas destinadas a contraponerse en el ámbito de la opinión pública y en el institucional. Habrá que optar por la integración de los viejos estados-nación en unidades mayores y más operativas (aunque descentralizadas), así como por una mayor y mejor gobernanza global… o por un retorno a los nacionalismos más tribales y agresivos, y simultáneamente a una globalización anárquica donde la fuerza y la rapiña determinen las relaciones entre los seres humanos. Centremos un poco más el foco: en España ya se distinguen dos argumentarios que se enfrentan en cada debate político o social: de un lado, los partidarios de poner en marcha una reforma fiscal para hacer más progresivas y justas las cargas, empujando a las élites al cumplimiento de sus deberes; de otro quienes exigen que las entidades y las personas con mayores recursos sean favorecidas con privilegios fiscales, hasta inhibirse por completo de cualquier contribución al fondo común, que, sin embargo, estaría siempre a su disposición. Por idéntica regla de tres, el futuro “capitalismo de estado” (del que todo el mundo habla ahora) tiene dos versiones muy diferentes: una pretende que la cosa pública sea administrada por gestores privados que conviertan en negocio los servicios básicos (al estilo de lo que se venía haciendo con las residencias de ancianos, con el resultado que todos conocemos) e incluso el propio aparato estatal (cárceles, policías y, porque no… los ejércitos); otra aboga por una colaboración honesta y equilibrada entre un sector público potente, bien administrado y siempre creativo, con empresas privadas que incluso podrían estar participadas por el propio Estado si previamente este hubiera tenido que apoyarlas con ayudas a fondo perdido (como es muy probable que ocurra en esta crisis).

En España, ¡ay, madre!, los voceros reaccionarios reclaman a gritos contrarreformas destinadas a reproducir, por lo menos, las condiciones económicas y sociales del siglo XVIII. Lo hacen con argumentos habilidosos, con una dialéctica inspirada por la derecha alternativa norteamericana brutal pero simple y a menudo eficaz. En la discusión, las izquierdas no pueden quedar atrapadas por idéntica tendencia al simplismo, ni por alternativas ya fracasadas (¿en qué quedó el comunismo?), ni por planteamientos inviables (un gasto público sin retornos en una sociedad empobrecida y carente de iniciativa). No estamos pues ante un debate fácil. Hace varios decenios, con el advenimiento del capitalismo financiero, la estafa de las sucesivas burbujas y el crack del 2008 como referente, el terreno de las ideas y de la comunicación es el nuevo campo de batalla de algo que tal vez no sea la lucha de clases de la Edad Contemporánea, pero aún se le parece en cierto modo. ¡Ah!, y se me ha olvidado la revolución tecnológica y los oligopolios globales que han surgido de ella.

Pero eso, otro día. De momento, y pese a todo... ¡Viva el 1 de Mayo!

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