Demasiado Madrid, demasiada Cataluña
Cada
día de coronavius trae su aluvión de sorpresas, argumentos, mitos,
datos, leyendas urbanas y la adecuada mezcla de mentiras puestas en
evidencia y nuevas mentiras que entran al relevo. Ahora vamos a
vueltas con la desescalada (a algunos les jode incluso la propia
denominación). Y no es fácil saber a qué atenerse. En lo que a mí
respecta, aprovecho cada salida a la calle para buscar indicios de la
dictadura socialcomunista, bolivariana y feminazi que se va
imponiendo, dicen, merced al estado de alarma. Ayer, un menda agregó
a todos estos calificativos el de “zimbabwana”. ¿Revolución
”Zimbabwana”? Demasiado para mis entendederas. El caso es que
recorro mi barrio, de la verdulería al super, del super a la
pescadería, y no hay paramilitares rojos ni chequistas acechando a
las personas de orden ni perroflautas robándoles el bolso a las
señoras mayores ni bandas de inmigrantes saqueando las tiendas. En
un coche de la Municipal, los agentes bostezan. Sin embargo, mis
vecinos más conservadores me advierten de que las apariencias suelen
ser engañosas. El nuevo régimen a la venezolana, aseguran, se
infiltra invisible pero implacable, Casado es un blando, Arrimadas
una traidora (lo que la extremísima derecha dice en las redes de la
nueva jefa de Cs es terrorífico y supongo que delictivo) y el dúo
Sánchez-Iglesias, un equipo genocida. Se congestionan. Escupen fuego
como buenos fakires nacionalcatólicos. Eso sí, ya no están
obsesionados con Torra. Mira por donde.
Explicar
lo que pasa no está al alcance de cualquiera. Desde comienzos de
marzo hasta hoy, las mismas bocas han ido diciendo cosas tan
distintas que esto resulta indescifrable. Ahora, mientras los
discrepantes exigen test masivos, para todos y a todas horas, los
mejor informados ponen el acento en la necesidad de disponer equipos
de “rastreadores” que investiguen, en relación con cada
infectado, dónde y con quién estuvo y cómo pudo coger el “bicho”.
Solo que esos equipos no existen, y por ello no es posible seguirles
la pista a los contagios, ni siquiera cuando estos van siendo muchos
menos.
Los
test… vaya tema. ¿Hablamos de PCRs, o de análisis serológicos?
¿Se trata de hacérselos a los cuarenta y tanto millones de
ciudadanas/os y de repetírselos un día tras otro (por si enferman
en el intervalo), o de restringirlos a muestras representativas y
grupos de alto riesgo? ¿Y quién los realiza (porque hacen falta una
extensa infraestructura y profesionales sanitarios bien preparados)?
¿Cómo se organiza la sistematización estadística de los
resultados?… Un lío. No me extraña que el presidente del Gobierno
y el ministro de Sanidad lleguen a las ruedas de prensa con esos
caretos de agobio y estreñimiento. Los pobres.
La
oposición (o sea, las diversas oposiciones) cada vez es más reacia
a permitir prórrogas del estado de alarma. Feijóo, Urkullu, Torra y
Ayuso le plantan cara a Sánchez en los “zoom” que les reunen una
vez por semana. Tiene lógica porque Galicia, Páis Vasco, Cataluña
y Madrid son las naciones más naciones dentro de la nación
española. Las dos últimas, con sus dos enormes capitales, están
determinando en demasía la imagen del impacto de la pandemia. Más
aún: por la pura fuerza centrípeta de Madrid (en lo político, lo
económico y lo mediático), y el hecho de que allí coexisten un
gobierno central (progre) y otro regional (carca) en pugna constante,
esa imagen a la que me refiero ha acabado abduciendo a toda España.
Cuando, en realidad, el conjunto de territorios que integran lo que
llamamos “el Estado” está viviendo la crisis de manera muy
diferente y con situaciones de lo más variado. Madrid y su entorno
manchego ha sido el gran agujero negro del desastre, el lugar donde
el colapso sanitario, las muertes en las residencias de ancianos y el
número de víctimas han creado una situación dantesca. En Cataluña,
casi que también. Nada que ver con otros lugares cuyos balances al
respecto son prácticamente centroeuropeos.
Que
hoy nos vengan los respectivos presidentes autonómicos a meter mal,
echar todas las culpas al Ejecutivo central (que tampoco se ha
lucido, desde luego), presumir de no se sabe qué y eludir toda
responsabilidad resulta inaceptable. Ayuso y Torra son dos personajes
atrabiliarios, dos políticos que simbolizan el deterioro que ha
sufrido la calidad de las mujeres y hombres públicos en nuestro
país. Ambos administran territorios donde el Covid 19 ha podido
atacar a placer. Y ambos, con todo lo que representan, son por ello
la viva imagen del fracaso. Las banderas, los trucos
propagandísticos, el salirse por la tangente y la táctica de
defenderse atacando podrán distraer e incluso entusiasmar a sus
adeptos más fanáticos; pero con los demás no cuela. Es ya
demasiado. Salvo que Sánchez pierda la próxima votación en el
Congreso y aquí cada cual se busque la vida por su cuenta. Qué
calvario.
El éxito de la desescalada radica en que se pueda confinar al virus dentro de los hospitales (en las residencias hay que erradicarlo). Para eso, los tests realizados al personal sanitario son fundamentales. Aunque haya que hacérselos todos los días. El personal sanitario no puede sacar el bicho de su confinamiento y hacerlo "comunitario otra vez". Siempre hemos vivido con virus aún más infecciosos y letales que este coronavirus confinados en las unidades de Infecciosos de los hospitales. Y nunca el personal sanitario los ha sacado de ahí, y menos hasta el punto de propiciar contagios comunitarios. La proporción de infectados dentro del personal sanitario que tenemos hoy en día, cuando nos devoran las prisas por sacudirnos el estado de alarma, son intolerales. Muy preocupantes. No son propios de un sistema de vigilancia epidemiológica europeo.
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