¿A la residencia?¡Ahora sí que no!

Mientras espero turno para que me hagan otro PCR, a ver si el virus ya me ha dejado en paz (aunque, la verdad, poca guerra ha dado… y vuelvo a tocar madera), paso los días leyendo y viendo series de Netflix (ahora estoy medio enganchado a “Narcos”). Leo y veo las noticias con creciente escepticismo. Por diversos motivos. El principal, que al margen de algunos foros de alto nivel donde se refugia la gente con conocimiento y criterio, el debate público se ha demenciado de tal forma que poco puedes hacer, salvo deshuevarte con las imágenes de la “rebelión” del pijerío. Las derechas, después de tres años evocando la desgracia de Venezuela (un gobierno asqueroso y una oposición canallesca) ha decidido ponerse en plan caribeño y traerse a Madrid al mismísimo municipio de Chacao (Departamento de Caracas y capital honoraria del antichavismo). Por si teníamos poco con el Covid 19, ahora hay que lidiar con estas mamarrachadas.


Pero yo quería hablar de las residencias (tan famosas como enlutadas) porque es en tales establecimientos donde se ha producido la hecatombe, especialmente en algunos territorios también muy específicos, con Madrid como gran epicentro. El mapa de la pandemia es muy asimétrico. Y será bueno recordar que en gran parte del país el balance de contagiados y muertos ofrece cifras “alemanas”, pese a nuestros usos sociales, nuestra afición al contacto físico, nuestras poblaciones de urbanismo compacto y nuestras hispánicas manías.


Las residencias, insisto. Aunque no todas las residencias. Pero, a la vista de lo sucedido en estos dos meses y medio, la proverbial resistencia de cualquier anciana/o a ser ingresado en un asilo se habrá incrementado a un ritmo exponencial. Muy gagá hay que estar a día de hoy para dejarte conducir a uno de esos lugares, aunque sea de los que han pasado el tsunami sin contagios ni bajas. 


Hay residencias públicas y residencias privadas. Estas últimas, mucho más abundantes, han venido concertando plazas con los Servicios Sociales de las comunidades autónomas, cuya inspección determina en todo caso si cumplen o no con los requisitos imprescindibles para su apertura y funcionamiento. Por supuestísimo, todo lo relativo a los establecimientos que albergan a los ancianos o a cualesquiera otros dependientes (por ejemplo, los discapacitados psíquicos, físicos o sensoriales), es competencia de las autonomías desde hace decenios, lo mismo que la Sanidad. El trillado “mando único” inherente al Estado de Alarma, no ha modificado está situación salvo en lo relativo a las directrices generales. El Gobierno central carece de instrumentos de actuación en esas áreas asistenciales y en ningún momento las ha “intervenido”. Cuando el PP y Vox y los medios a su servicio dicen lo contrario, sobre todo desde sus altavoces madrileños, están quitándose el muerto de encima (nunca mejor dicho). Y si parecen estar teniendo éxito en esa maniobra es porque el Ejecutivo que preside Sánchez ha sido incapaz de explicar la situación con claridad y precisión. Tremendo hándicap.


Decía que no todas las residencias han sido una morgue. En bastantes de ellas, independientemente de su condición (aunque en general las públicas han respondido mejor), sus responsables y personal empezaron a tomar medidas a finales de febrero y primeros de marzo, antes o después del 8-M, cuando se vio venir la crisis. No fue tan difícil: aislamiento, división de los residentes en grupos más manejables, pautas básicas de protección, estricto control del personal para que no introdujese el virus, examen constante de las condiciones de los ancianos o dependientes… En fin, un poco de sentido común. Así, o no ha pasado nada o las primeras infecciones fueron rápidamente detectadas y se pudo cortar la cadena de contagio. Ahora bien, donde las direcciones de los asilos pasaron de todo y el personal (mal preparado, desmotivado y lleno de miedo) no supo que hacer, la catástrofe se impuso con pasmosa facilidad. Cuando se produjo y lo desbordó todo, fue prácticamente imposible dominar el caos. Se pretendió que las residencias solo son “soluciones habitacionales”,  lo cual era y es una verdad a medias, pues un asilo repleto de personas dependientes con una salud muy frágil requiere un fuerte soporte sanitario, con coronavirus o sin él. En realidad, en algunos de estos lugares las/os llamadas/os auxiliares fueron incapaces incluso de controlar la temperatura de los abuelos un par de veces al día. Entonces ya...


Sé perfectamente que las residencias seguirán siendo necesarias, imprescindibles en no pocos casos.  Por supuesto, habrá empresas dedicadas a ello (con ánimo de lucro o sin él) porque el sector público no pude hacerse cargo de todo (diga lo que diga Iglesias, que sin duda ignora cómo están las cosas). Pero la clave radica en que las comunidades autónomas sean capaces de ejercer su labor de inspección con firmeza y persistencia para que dichos establecimientos tengan las instalaciones y las plantillas adecuadas. Hay que evitar la masificación, hay que disponer de personal suficiente y convenientemente cualificado (lo que significa sueldos dignos y no los salarios miserables que se venían pagando), hay que dar contenido al concepto “sociosanitario”... y habrá que analizar lo ocurrido e investigar ya los asilos cuyos responsables han fallado de manera lamentable.


Con todo, y ahora que estamos casi en familia, déjenme decirles que a mí, en el futuro, no me van a llevar a una residencia ni atado. Cuando mi autonomía personal se derrumbe, me iré al otro barrio con toda la dignidad posible. He tenido una vida demasiado buena e interesante como para convertir su tramo final en una mierda. Y perdonen la franqueza. 


Comentarios

  1. La Residencia Romareda, la única pública en Zaragoza ha tenido muchísimos casos de covid y no han tenido mejor manera de capear el temporal que enviar a los positivos a Casetas o Miralbueno a nose sabe que residencias (vacías). Llevárselos fuera para que mueran allí. Y luego dicen que es su hogar. Que manera de quitarse el muerto de encima.
    Directora, Dirección provincial, director regional y consejeros de derechos sociales maximos responsables.

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  2. La pregunta es.. ¿Cuándo se tiró la toalla y se hizo dogma eso de la maravillosa colaboración publico/privada?. Un mantra indiscutible y hecho dogma. La otra pregunta es ¿Cuándo y cuántas inspecciones se han hecho desde que eso se llevó a la práctica?. Y...

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  3. Hay un problema de asunción de responsabilidad. Esto es algo que está pendiente y alguien tendrá que asumir la responsabilidad si queremos cerrar el capítulo de la crisis de la pandemia. Al no hacerse cargo nadie de la escabechina que el virus ha hecho en las residencias, se busca una salida por la tangente prometiendo "una reformulación del modelo del sistema residencial" antes de que nos llegue un posible 2º brote de la covid en octubre. Del hilo de esta reformulación se han colgado voces autorizadísimas por su experiencia profesional. Aunque de esas voces no salen más que dos brochazos en grisalla: 1. Hay que sobremedicalizar las residencias (con su variante de encuadrarlas en los sistemas de salud) y 2. Hay que reducir al mínimo el número de plazas residenciales dando un impulso a la asistencia a domicilio en su lugar (asistencia medicalizada con médicos geriatras). Entre tanta salva con pólvora del rey, nadie ha cuestionado el sistema desde el punto de vista de la sostenibilidad económica. Y nadie quiere poner sobre la mesa una cuestión que ahora mismo es el "elefante en la habitación": ¿no estará ayudando esta crisis del covid19, con la escabechina de los más mayores, a que nos replanteemos el asunto de la esperanza de vida? Es cruel, macabro incluso, pero el sistema económico tiene muy claro que bajando un año y medio la esperanza de vida de los españoles, el sistema de dependencia se haría mucho más sostenible. ¿En lugar de cambiar el sistema de residencias, no se estará produciendo un cambio de esos que operan a nivel mental: no estará cambiando nuestro concepto de piedad? Nuestros parámetros de piedad establecieron un sistema residencial ligado al de dependencia para evitar la marginación de las personas al llegar a la tercera edad. Una forma de socializarles industrialmente, como se socializa a los niños a través del sistema educativo. Todas estas reflexiones hay que tenerlas ahora, a 5 años vista escasamente de que el Baby Boom de los 60s inunde las calles de personas mayores con una esperanza de vida que la ciencia ya es capaz de establecer en los 100 años.

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    1. Los tres comentarios plantean cuestiones importantes, básicas. En primer lugar creo que las residencias, en sí mismas, van a seguir siendo imprescindibles, porque el actual modelo de familia carece de recursos para atender a las personas dependientes, sobre todo a las muy dependientes. La cuestión es cómo han de ser esas residencias. Durante años se ha permitido que el sector privado entrase al negocio de aparcar a los viejos en centros más o menos confortables pero donde la atención sanitaria, fundamental habida cuenta del estado de la clientela, se derivaba al sistema público de salud. La inspección, los requisitos para concertar plazas y todas las medidas destinadas a garantizar una cierta calidad asistencial en los asilos han sido muy elementales. Cuando ha llegado la pandemia, el tinglado ha hecho crisis.
      Ante el futuro, el problema sigue sin estar resuelto. Crear una tupida red de residencias públicas es imposible por razones de coste. Pero sí cabe replantear las condiciones de las privadas, especialmente de aquellas con las que se van a concertar plazas. Será preciso revisar la naturaleza de las empresas del sector e incluso de las organizaciones sin ánimo de lucro cuya "profesionalización" ha tomado rumbos equivocados.
      En cuanto a la piedad y el cuidado de unos ancianos que cada vez llegan más lejos en su promedio de vida... es un asunto delicado. Mi experiencia y mi propia manera de pensar se apoya en una certeza: llegar a los noventa o los cien años arrastrando una vida degradante no tiene sentido. Soy firme partidario de la legalización de la eutanasia y que se nos permita elegir. Yo no quiero un final repleto de miedo y dolor. Si pierdo la autonomía personal, prefiero elegir el momento de dejar este mundo. No saldré al campo para jugar una triste prórroga. Libre hasta el final.

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  4. Respecto a la evolución del concepto de piedad. Hoy publica el mundo el Manifiesto "Sin Ancianos No Hay Futuro" impulsado por los supervivientes de la edad de oro de la socialdemocracia europea, ahora septuagenarios u octogenarios. https://www.elmundo.es/internacional/2020/05/19/5ec28444fdddffc1398b4576.html Se apresuran a rehumanizar la sociedad ante la transformación de la piedad. Es evidente que la pandemia nos ha dejado en estado de shock, y en esta coyuntura, bajo las soflamas del idealismo de izquierdas diciéndonos que una nueva sociedad humanista, que valora el nosotros y el bien común, ha nacido en estos dos meses, lo que supone el fin de los valores neoliberales, mientras la izquierda apunta hacia ese fuego fatuo, digo, lo verdaderamente pasmoso es que en España 18.400 ancianos han falledido en las residencias víctimas del coronavirus, y la sociedad ha hecho una digestión un poquito más pesada que de costumbre de todo ello, pero nada más. En el Reino Unido están en las mismas, y en Bélgica... ¿No estarán tomando nota los muñidores del sistema hiper neoliberal de todo ello para proceder a un equilibrio programado de la esperanza de vida de ciertos países muy envejecidos para hacer sus sistemas sanitario y sociosanitario más sostenibles, y más manejables pr quienes aspiran a controlarlos económica y empresarialmente? Para rebajar la esperanza de vida, ¡es la macabra enseñanza de esta crisis!, basta con "deprimir" a los ancianos, acabar con sus ilusiones, ponerles un poco más difícil lo de bajar al médico y entrar en la farmacia. Que detecten que ya no hay mimos... Y sin ganas de vivir...

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