Todo lo que no sabemos
La OMS está
volviendo locos a los conspiranoicos con su aparente vaivén en el
asunto de las mascarillas, mientras el Gobierno de España se
arrastra como puede por el cenagal de esta crisis y la oposición de
derechas vuelve en masa al Congreso (¿y el confinamiento?) para, por
lo visto, frenar un supuesto golpe de estado
socialcomunista-bolivariano-feminazi. ¿Es el coronavirus una
enfermedad mental?, me pregunto cada mañana al leer las noticias.
Tal vez, o tal vez no. Porque es mucho lo que aún no sabemos
respecto de la pandemia, y además la mayoría carecemos de algún
conocimiento sólido en relación con la medicina, los protocolos de
las UCIs, los respiradores, los test de detección y la utilización
correcta de mascarillas, guantes y otros artefactos. Eso sí, cientos
de miles de personas amanecen a diario dispuestas a insultar al
prójimo, llamar asesinos a quienes están gestionando política y
sanitariamente esta catástrofe o proponer las alternativas más
demenciales. La ignorancia siempre fue muy atrevida. Pero desde la
invención de internet y el consumo de telebasura ese atrevimiento ha
alcanzado límites inauditos.
Hay muchas preguntas
flotando en el aire. Y pocas respuestas. Se nota cuando comparecen
los miembros del Ejecutivo central, tanto si mis colegas les
interrogan en diferido como si lo hacen en directo. La ministra
portavoz habla y habla con un tono monocorde que duerme a los más
atentos. Pero no despeja demasiadas incógnitas, porque tampoco ella
sabe muy bien dónde iremos a parar a la vuelta de unos días. Por lo
cual nos quedan pocas certezas. Por ejemplo, que VOX es un partido
contradictorio, manipulador, desleal y sin duda dañino. Aunque eso…
ya lo sabíamos, ¿no? Lo peor es que está arrastrando al PP, lo
cual vuelve a dejar a España sin una derecha civilizada, como casi
siempre a lo largo de la Historia. ¡Qué Calvario!
La gente, en
general, sufre y por tanto se cabrea. La inmensa mayoría no acaba de
hacerse a la idea de lo que significa entubar, práctica invasiva que
nunca jamás estuvo recomendada para pacientes cuya edad y dolencias
les incapacitase para sobrevivir quince o veinte días (lo que suelen
precisar los enfermos por COVID-19) en respiración mecánica. Lees
los lamentos de personas que gritan su dolor porque piensan que se
dejo morir sin atención a sus padres o abuelos (octogenarios o
nonagenarios, con Alzheimer u otras graves dolencias previas), y
comprendes su agonía aunque solo puedes atribuirla a la rabia, a una
comprensible desconexión con la realidad y a esa demanda de esfuerzo
terapéutico sin sentido tan habitual en demasiados usuarios de la
sanidad pública.
A los médicos,
preocupados por su propia protección, les resulta difícil explicar
que los test de detección o son complicados de hacer o resultan (los
llamados “rápidos”) poco determinantes, porque tras el contagio
el “bicho” tarda en generar anticuerpos detectables o porque en
las personas muy mayores sus sistema inmunitario apenas los generan.
El tema es complicado. Para colmo, en nuestro bendito país solo unas
pocas empresas fabrican los reactivos adecuados y en poca cantidad
(aunque ahora trabajan en tres turnos multiplicando la producción).
No sabemos en qué
condiciones funciona actualmente el mercado global de equipos
sanitarios, donde los precios se han disparado y la piratería se ha
hecho habitual. Tampoco conocemos qué fármacos funcionan, o no,
porque en medio de la crisis no faltan logreros y egocéntricos que
presumen de haber inventado la cura milagrosa. No podemos hacernos a
la idea del volumen de equipos de protección (desechables, por
supuesto) que consumen cada jornada los hospitales. Así que se habla
por hablar, se difunden a través de las redes estupideces e insidias
sin cuento y finalmente se carga todo sobre las espaldas de un
Gobierno desbordado y dubitativo, porque ni siquiera recibe
valoraciones precisas y firmes por parte de los equipos de expertos.
Poco a poco se hará
la luz, espero. Como espero que esta catástrofe no se lleve por
delante los mejores ingredientes de lo que podíamos denominar
nuestro “estilo de vida”. Lo que no te mata te hace más fuerte,
se suele decir. Bueno… podemos tener claro que el Covid 19 no nos
matará, o al menos no a la mayoría. Son sus consecuencias en la
política y la economía lo que ahora da más miedo.
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