Quiénes fuimos


Reaccionarios españoles: de los desastres a la retrotopía

La Historia no permite anticipar ni clasificar de forma automática los acontecimientos de la actualidad. Pero en numerosas ocasiones sí es posible establecer una hilo conductor, una lógica causal, entre ciertas cosas que ocurren hoy y factores anteriores. Algunos rasgos generales de cada sociedad se explican por lo ocurrido en su pasado inmediato. En España eso es tan obvio como sugerente. Por eso, me permito abrir de cuando en cuando mi propia interpretación al respecto. Con humildad pero con cierta audacia. Tampoco voy a descubrir la pólvora. Solo les propongo lecturas de formato un poco más largo. Y si quieren aportar algo de su propia cosecha, háganlo, por favor, sin cortarse un pelo. Gracias, y aquí llega la primera entrega de “Quiénes fuimos”.

La prolífica producción literaria (por llamarla de alguna manera) que todo el arco ultraconservador lanza sobre las redes sociales trae nítidos ecos del pasado. Mucho más desde que entramos en la crisis del coronavirus. Palabras, conceptos e insultos: antiespañoles, asesinos, traidores, felones, masones, chequistas, ¡rojos! “Gobiernos de rojos, hambre y piojos”. “¡Quieren romper España!”. “Para convertirte en millonario hazte comunista”... En internet, “trolls” y “bots” de las plataformas de extrema derecha se multiplican para resucitar con absoluta precisión no solo la retórica franquista, que por supuesto, sino todo el relato elaborado por los reaccionarios a lo largo de los últimos dos siglos. Cuando los hay, los neologismos son agresivas actualizaciones, a menudo surreales, de las viejas fobias: dictadura progre, feminazis, bolivarianos, supremacistas o climatistas (etiqueta esta última aplicada al universo científico e ideológico que alerta de la crisis producida por el calentamiento global; ese calentamiento que, dicen, no existe o es la simple consecuencia de algún espasmo solar).

El ideario contemporáneo de la reacción hispana se fue construyendo y consolidando cuando el retorno de Fernando VII acabó de raíz con la moderadísima propuesta ilustrada planteada en la Constitución de Cádiz. Se encarnó en una forma de dominación que perduró decenio tras decenio, que apenas tuvo interrupciones, que impidió no ya transformaciones decisivas sino innovaciones culturales elementales y que interpretó España de manera unívoca y monolítica. Ahora, Vox desarrolla y vende (con más desvergüenza que cualquiera de las otras derechas) delirios muy similares en la forma y el fondo. Gloriosas interpretaciones inventadas en el siglo XIX, como la que se asientan en el término Reconquista, reeditan un relato trufado de imperiofilia y que todavía aspira a combatir algo tan lejano y ya difuso como la Leyenda Negra (lo cual ha convertido en un best seller el libro al respecto de Elvira Roca Barea). En tal discurso, España sigue siendo un país de pasado heroico, envidiado, vilipendiado, objeto de las conjuras que maquinan sus enemigos externos e internos, compacto, católico y capaz ahora mismo de rechazar lo políticamente correcto, que no es otra cosa sino la democracia social avanzada, e incluso la más básica. Los reaccionarios hablan y escriben reeditando lo que sus predecesores decían durante la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera o el franquismo. Es lo mismo de siempre, letra por letra. En los años Treinta del pasado siglo ese pensamiento se tiñó de fascismo, luego de anticomunismo pronorteamericano; en la actualidad se presenta como trumpista y populista. Pero en él late el nacionalcatolicismo de toda la vida. Es antiliberal, antisocialista, retrógado y capaz de repudiar al Papa Francisco por progresista, como en su día rechazó la doctrina social de la Iglesia, sospechando que León XIII era el Anticristo o deseándole el paredón al cardenal Tarancón.

Hablo de una mentira histórica y una interpretación de la españolidad (o sea, del españolismo) que se configuró precisamente como réplica no solo a los cambios que se daban en la Edad Contemporánea, fuesen la revolución industrial o las vanguardias artísticas, sino en patética respuesta a los desastres que se iban precipitando sobre nuestro país. En el primer tercio del siglo XIX se perdió el imperio americano tras una sucesión de derrotas y fracasos. A finales de la misma centuria, los últimos restos de dicho imperio. Cuba, Puerto Rico y Filipinas, se esfumaron en el desastre del 98, un conflicto armado imposible de ganar, en medio del cual los voceros conservadores y superpatrióticos exigían que la escuadra saliera a enfrentarse con la norteamericana, pues mal podían los bárbaros yanquis vencer en el mar a los descendientes de los héroes de Lepanto y Trafalgar. Solo once años después, empezó la intervención en el norte de Marruecos, insensata aventura que alcanzó su clímax en otro desastre militar, el de Annual, e innumerables reveses en los que perdieron la vida decenas de miles de españoles de las clases populares. No había músculo militar ni dinero. España no tenía fuerzas para nada. Solo echando mano de los recursos que debieran haberse destinado a poner al día un estado atrasado e ineficaz se logró facultar al Ejército de África para pacificar el Protectorado. Luego, sus unidades (mercenarias en gran medida) serían el instrumento fundamental de la victoria reaccionaria en la Guerra Civil. Soporte fundamental de ese poder atribuido a la gracia de Dios, el mismo Ejército, objeto de una mitificación ridícula, acabaría retirándose con el rabo entre las piernas de Sidi Ifni, de Guínea y del Sáhara, no sin sufrir nuevas humillaciones.

La visión ultraconservadora de España utiliza hoy mismo el pasado para aclarar el presente (como afirmó hace no tanto una nieta del patriarca Le Pen en visita a Madrid). Un pasado que es fruto de la ilusión, por supuesto. La búsqueda de mejores tiempos pretéritos empezó hace mucho, justo cuando la decadencia explosionaba en sucesivos y terribles desastres. El filósofo Bauman lo ha llamado retrotopía: el miedo al futuro que promueve la nostalgia por un presunto momento de la historia en el cual todo era perfecto, grande, magnífico, triunfante. Aquí, semejante manera de ver la realidad con una retrospectiva pintada de purpurina dorada forma parte del imaginario reaccionario casi desde siempre.
De todo ello escribiré durante las próximas semanas. Volver la mirada para ver quiénes fuimos no es solo memoria, también es actualidad.

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