¡Para ironías estamos!
Antiguos lectores de
cuando escribía en los diarios me reclaman aquella retranca,
socarronería, sarcasmo y deshueve de antes; aquel humor (incluso
negro) que tanto gustaba. Yo mismo analizo esto que publico en el
blog y también detecto un poso de amarga transcendencia, una
irritación y un malestar impropios de un tipo tan habitualmente
desahogado como este servidor de ustedes. Y no será porque falten
motivos para comentar la actualidad con ironía.
He leído chistosos
símiles de la forma en que el presidente del Gobierno responde a lo
que le preguntan (tanto da que sea en diferido o en directo) en sus
charlas-ruedas de prensa. Sus circunloquios, su empeño en no
contestar nada concreto e irse alejando del tema planteado hasta
acabar en una reiteración de lo antes reiterado, permiten mucho
cachondeo del fino y del grueso. Y no digamos las réplicas de la
oposición (ultra) conservadora, sobre todo ahora que dan por hecho
el inicio de un golpe de estado comunista-bolivariano, desarrollado
con la colaboración del mismísimo Estado Mayor de la Guardia Civil,
cuyo jefe se enredó con lo de las “fakes”. De manera que ahora
los mayores admiradores de la Benemérita no saben si el lapso fue
una señal de que también los uniformados se venden al rojerío
(¡Venezuela, mon amour!) o una sibilina manera que tuvo el general
Santiago de desvelar las maquinaciones de los Picapiedra (Pedro y
Pablo). Ahora bien, como las delicias retóricas y tuiteras que nos
obsequian los de Vox, su líder supremo y esa señora diputada que
luce la máscara castrense (pero castrense-castrense, del castrense
de toda la vida) no hay nada ni siquiera parecido. Sobre todo porque
su demencial surrealismo convierte cualquier broma al respecto en
pura redundancia.
Luego tenemos a los
dos mascarones de proa del nacionalismo españolista-madrileño
(Ayuso) e independentista supercatalán (Torra). Ambos personajes
(tan distintos y tan iguales) nos deleitan con el relato de sus
éxitos frente a la pandemia, sus feroces críticas al Gobierno
central (único y exclusivo culpable de todo-todo-todo lo malo que
suceda o pueda suceder) y su empeño en sacar rédito político a la
catástrofe al precio que sea. Lo genial es que Madrid y sus
alrededores (junto con Rioja y Castilla-La Mancha) es el gran pozo negro de este desastre, y Cataluña tampoco sale bien parada. Sin los datos de uno y otro
lugar, la incidencia del coronavirus en el resto de España se
asemejaría al de Alemania. Ahora bien, como la sanidad y los servicios
sociales (empezando por las residencias de ancianos y discapacitados)
han sido responsabilidad desde hace mucho de los respectivos
gobiernos autónomos, ¿de qué pueden presumir y a quién pueden
pasarle el marrón estos grandes patriotas rojigualdos o estelados?
Tiene guasa.
Lo de las
residencias es ya la mundial. Allí han muerto casi dos terceras
partes de los atacados por el Covid 19. Sin embargo, responsables de
grandes cadenas de asilos (por ejemplo Vitalia o DomusVi) se quitan
de encima los cadáveres y argumentan que les dejaron solos frente al
“bicho” (las autoridades, por supuesto). Oye, decenas y decenas
de ancianos fallecidos en sus establecimientos, y los mendas tan
panchos. ¿Negocio?, ¿qué negocio?, se lamentan. Porque este es el
momento en el que el sector privado, sea de la medicina o de la
atención a dependientes, quiere lavarse las manos y tomar posiciones
para seguir adelante el día después. De ahí que la Alianza de la
Sanidad Privada Española (ASPE) haya sido capaz de presentarse en
los medios para denunciar que dos mil doscientas camas de UCI de sus
hospitales permanecieron vacías en diversas comunidades autónomas
mientras los pobres viejos palmaban sin respiradores. Pero… un
momento: ¿De donde han salido esas mil doscientas camas, si en el
inventario oficial de Sanidad previo a la crisis solo figuraban 896
en todo el país? Hay que tener jeta.
Todo lo cual, desde
luego, se presta a la ironía, incluso a la carcajada. Pero no me
sale. Estamos en una situación gravísima, con decenas de miles de
muertos, una amenaza que no se sabe cómo conjurar y una ruina
económica que nos dejará para el arrastre. En esas condiciones, el
humor está de sobra, o al menos a mí no me sale. Será porque estoy
mayor y soy grupo de riesgo, o porque temo, cada vez más, que ese
famoso día después no cumpla ninguna de las expectativas que los
bienintencionados quieren adjudicarle. Maldita sea.
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