Los pactos (¿de La Moncloa?) inverosímiles



¿Será posible alcanzar pactos de Estado en un país donde el enfrentamiento ideológico se ha exacerbado y no pocas fuerzas políticas llevan tiempo apostando por el “cuanto peor, mejor”? Es muy dudoso. El acuerdo parece hoy inverosímil. Con Vox no se puede contar para nada que no sea reventar el sistema. El PP, de entrada, también se tira al monte. Desde el Gobierno, PSOE y Unidas Podemos no exhiben demasiada habilidad ni cintura para manejarse en una situación (la pandemia) que les desborda y desgasta. Queda por ver cómo evoluciona la crisis, que sigue sin pintar nada bien. Estamos ante una catástrofe de enormes dimensiones y efectos terroríficos. La ciudadanía española, atemorizada y perpleja desde el “crack” de 2008, ve confirmarse hoy sus mayores aprensiones. Este no es el contexto de octubre del 77, cuando se firmaron los Pactos de La Moncloa. Se suele decir que los protagonistas de ahora no tienen la talla o la inteligencia o la audacia de aquellos de hace 43 años. Pero la clave está en las circunstancias: entonces dejaron margen para el acuerdo; ahora, sin embargo…

Los Pactos de La Moncloa fueron un jalón fundamental de la Transición, a caballo entre las primeras elecciones generales de junio del 77 y la elaboración de la Constitución del 78. Sentaron las bases mínimas del tránsito a una democracia homologable y consensuaron medidas económicas de urgencia para frenar la inflación, crear una auténtica Hacienda pública y liberar las relaciones laborales. La UCD, que entonces daba voz a la derecha reformista, tuvo el concurso de las izquierdas (PSOE, PSP-FPS, PCE) que venían de la oposición al régimen de Franco y ya se sentaban en los escaños del Congreso elegido pocos meses antes. La AP de los “Siete Magníficos” (con Fraga a la cabeza y claros resabios tardofranquistas) solo suscribió los acuerdos económicos, pero no los políticos. La pléyade de organizaciones extraparlamentaria ubicadas a la izquierda del PCE repudiaron los Pactos: seguían luchando por una ruptura plenamente democrática.

El contexto internacional lo determinaba la fuerte atracción que la Comunidad Europea ejercía sobre los españoles, la hegemonía de la socialdemocracia en el Viejo Continente, la pretensión “humanizadora” del capitalismo occidental e incluso al “aggiornamento” de la Iglesia Católica y la evolución de los partidos “eurocomunistas”. En el interior de España, los herederos del régimen franquista más inteligentes sabían que la dictadura no podía tener continuidad y, al tiempo, la oposición democrática (incluso la que aún perseguía objetivos revolucionarios) era consciente de que el aparato del Estado (Ejército y Fuerzas del Orden) no podía ser desbordado con una movilización rupturista. La correlación de fuerzas impuso poco a poco su ley.

Nada que ver con lo de ahora. El capitalismo financiero y el neocapitalismo tecnológico dominan a placer la globalización. Los grupos y caudillos paleorreaccionarios (Trump, Johnson, Bolsonaro, Orbán…) están en auge. En España, unas izquierdas que buscan a tientas alternativas al constante incremento de la desigualdad y el deterioro de las instituciones democráticas chocan frontalmente con la radicalización de las derechas, poseídas una vez más por sus viejos fantasmas (incluido el impulso autoritario y, en última instancia, guerracivilista). Esta renovada contradicción ideológica y de intereses se ha visto agitada por la ansiedad de los nacionalistas periféricos (en particular los catalanes), empeñados en hacer realidad absurdos sueños separatistas. La pandemia ha golpeado sobre tan complejo panorama generando una explosión cuyas consecuencias todavía no están claras. El Gobierno progresista, a la defensiva, no acaba de controlar la situación y ha perdido la iniciativa. La oposición (más bien las oposiciones) aprovecha el drama para ganar terreno electoral, aunque ello suponga desestabilizar un Estado que es, precisamente, el único instrumento para luchar contra el virus. En estas condiciones hablar de grandes pactos viene a ser un brindis al sol.

Mientras los viejos mueren a miles y la actividad económica entra en coma, se pelea por el relato del desastre y la organización del día después. Lo público, lo privado, las empresas, los trabajadores, el afán democrático, la tentación oligárquica, las utopías, el negocio, ¡Europa!, la soberanía… todo forma parte de una “melé” a vida o muerte. ¡Como para pensar en pactos!

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