Los muy españoles no lo son tanto
Si de algo están sirviendo las reuniones virtuales del presidente y
los ministros del Gobierno de España con sus homólogos de las
comunidades autónomas es para detectar que, sin duda alguna, este es
un país de países donde cada cual quiere hacer de su capa un sayo.
Por empacho de identidad diferenciada, por interés político o
fiscal o por puro oportunismo, aquí hay muchos más
micronacionalismos o subnacionalismos o como quieran ustedes
llamarlos; muchos más, al margen de los que suelen dar que hablar,
el catalán y el vasco. Desde la práctica totalidad de los
territorios que integran el Estado, las instituciones propias pugnan
una y otra vez con la Administración central. Torra y Urkullu, por
supuesto. Pero también Ayuso o Feijóo o García Page o López
Miras, el murciano. Van a lo suyo, por muy españoles que se
proclamen, porque son del PP y quieren joder al Gobierno, porque son
del PSOE pero no están en la onda de Sánchez y porque el
patriotismo empieza… por uno mismo. Cada videoconferencia
multilateral acoge rebeldías, desafíos al Ejecutivo y
autoafirmaciones rampantes. La lealtad está bajo mínimos. El
españolismo es una abstracción.
De Torra cabía esperar cualquier cosa, pero es Ayuso, la singular
presidenta de Madrid, quien más murga da y más desplantes
protagoniza. En los últimos encuentros con sus colegas y el
presidente español, o se ausentó para fotografiarse con uno de sus
aviones que ¡por fin! llegaba de China cargado de material sanitario
o se saltó el turno para ir a lucirse en una misa funeral. En ambos
casos se trataba no solo de menospreciar al Ejecutivo central y a sus
colegas del resto de España, sino de llevar a cabo uno de esos actos
propagandísticos que el monumental aparato montado por el PP en la
comunidad difunde luego a bombo y platillo. En la Catedral de La
Almudena, Ayuso lloró por los muertos de la pandemia, se le corrió
el rimmel y todo ello fue debidamente documentado por las cámaras
que siempre acompañan y sirven a la responsable política del lugar
que, precisamente, ha batido récords en contagios, muertos,
hecatombe en las residencias de mayores y colapso asistencial. La
mejor defensa es un buen ataque.
Ayuso encarna una micronacionalismo hispano-madrileño (cada vez más
madrileño que hispano) que se asienta no solo en el hecho de que la
CAM (Comunidad Autónoma de Madrid) es un bastión conservador frente
al progresista Gobierno de España, sino en algo mucho más contante
y sonante: el interés de una demarcación artificial que pretende
desentenderse del resto del país (como ya se quitó de encima a su
región natural, Castilla-La Mancha) para ser la gran beneficiaria
del centralismo administrativo, financiero y empresarial, y abrazar
así su vocación de paraíso fiscal.
España es un país compuesto y a la vez descompuesto. Incluso el
españolismo se fractura y revuelve contra sí mismo. No solo por la
particularidad madrileña, sino por la siempre relativa integración
de Galicia y Andalucía, que abominan de los separatistas pero no
renuncian a ir a su bola en muchas cuestiones. O por los vaivenes de
la Comunidad Valenciana, donde unos recelan de Cataluña y otros de
Madrid. O por los fantasmas, también catalanofóbicos, que recorren
Aragón. De Navarra (provasca o antivasca pero siempre foral), qué
decir. Murcia ha despegado como guardián de las esencias
reaccionarias, antiecologistas, xenófobas, desreguladoras y
antisistema. El nacionalismo periférico (astuto en el País Vasco,
obcecado en Cataluña) resulta ser solo una parte de la compleja
ecuación territorial.
En el Gobierno central están descubriendo estos días muchas cosas
que a lo mejor ignoraban. Por ejemplo que hay partes de la
Administración central tan carentes de músculo que apenas son ya
operativas. El Ministerio de Sanidad, vaya por Dios, es una de ellas.
Antes del coronavirus era un departamento menor, con escasísimas
competencias y un personal tan escaso como alejado de toda gestión.
Estaba cantado que podría controlar la respuesta a la pandemia,
salvo en una difusa función “coordinadora”. La acción concreta
ha quedado en manos de las comunidades, porque estas sí tienen los
recursos necesarios. Lo mismo ha ocurrido con los Servicios Sociales
(¡qué perplejo se ha quedado Iglesias, incapaz de hacer algo más
que enviar directivas y aparecer en las ruedas de prensa para
detallar con carita de aplicado cuentacuentos cómo deben salir los
niños a la calle!).
Ahora, la desescalada va a poner a prueba, todavía más, la
naturaleza espacial de nuestro Estado. De momento, el Gobierno de
España tiene una ventaja: aún domina de forma manifiesta el aparato
policial, y eso son palabras mayores. ¡A ver si era por eso, que
tuvimos tantas ruedas de prensa con los supercomisarios, coroneles y
generales marcando uniforme!
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