Internet no es la realidad, pero la condiciona


Estamos acongojados, inquietos siempre y enfadados a menudo. Nos ataca una enfermedad nueva, desconocida, sin una cura determinada, caprichosa en sus efectos, letal a veces, asintomática otras, de muy fácil contagio y una extraordinaria vocación globalizadora. Pero esa pandemia se ha convertido no tanto en un problema sanitario y científico, sino en una cuestión de orden político, económico y sociocultural. En España, tan perdida de antes en su propio laberinto, el Covid 19 ha impactado en la línea de flotación del Sistema (con mayúscula). El golpe, inesperado y brutal, está generando su propia realidad. Y como todo sucede bajo el signo de Internet y en un contexto muy mediatizado por la telecomunicación digital, ya no sabemos si esa realidad es una especie de ciberconstructo o algo más “natural”, más razonablemente analógico (por decirlo de alguna manera). De ahí que los apasionados por estas cuestiones volvamos una y otra vez sobre un dilema que tampoco es nuevo: ¿son las cosas, las ideas y las reacciones de la gente tal y como refleja el enorme caudal comunicativo que circula por las redes y canales anejos?, ¿o ese ruido de fondo no es sino un griterío solo escuchado por una minoría previamente alineada y que a la ciudadanía de a pie le trae sin cuidado?

Cada día miro las tendencias en Twitter y me horrorizo un poco más. Veo emerger voceros de la extrema derecha más delirante, cuyos mensajes obtienen de inmediato audiencias tremebundas. Me entero de que plataformas neofascistas preparan una manifestación en Madrid el 2 de mayo, saltándose cualquier norma de confinamiento, impulsadas por un sujeto que difunde las más disparatadas teorías de la conspiración y consigue que miles de personas se hagan eco de sus delirios. Los medios más conservadores predicen el apocalípsis bajo titulares tremendistas. La España de derechas ya no quiere salir a los balcones a aplaudir sino a golpear cacerolas… Por supuesto, ese caudal de malestar, cabreo, odio, afán de revancha y voluntad rupturista se dirige contra una único objetivo: el Gobierno y quienes lo apoyan o simplemente no lo atacan.

Para demostrar que esa marabunta ultrarreaccionaria no ha traspasado los límites de las burbujas virtuales donde se encierran los más ultras, quienes creen en una realidad mucho más amable y equilibrada blanden el resultado de las últimas encuestas. En ellas no se percibe ni tanta polarización ni tanto desgaste del Ejecutivo ni tanto avance de los destemplados, sino una honda preocupación y una voluntad generalizada favorable al entendimiento y la unidad para salir todos juntos del desastre y recuperar un mínimo consenso político y algún tipo de nuevo contrato social.

No es fácil, ahora mismo, saber qué va a pasar en las próximas semanas, no digamos en los próximos meses. La pandemia ha de tener (ya las tiene) consecuencias terribles en todos los terrenos. No está claro cuánto se tardará en desarrollar una vacuna o un retroviral efectivo. Los márgenes del confinamiento (con estado de alarma o sin él) se extenderán hasta más allá del verano. Y entonces puede que nos encontremos ante una nueva ola de contagios y haya que volver al encierro total. La economía no levantará cabeza durante mucho tiempo (y más la española, tan limitada por un modelo frágil y dependiente). Eso no hay Ejecutivo que lo pueda llevar bien ni que pueda “vendérselo” a la ciudadanía. Sería preciso disponer de un cuerpo social sereno, disciplinado, positivo y lleno de auténtica autoestima. Que no es el caso.

Así que, vale, aferrémonos a la mejor versión de la realidad. Pero admitamos que el Internet más extremista (de derechas, por supuesto) condiciona la opinión pública y determina las formas de interpretar lo que está sucediendo. Si no… ¿cómo puede ser que Vox disponga de cincuenta y dos diputados en el Congreso (¡y qué diputados!)?

Comentarios

  1. El conjunto de la derecha (la más ultra y la menos?), han encontrado en el coronavirus su mejor aliado. La víctima es la de siempre, un gobierno de progreso; el objetivo único, el Poder. Su mejor herramienta de lucha: el odio a través de las redes sociales. Siempre ha sido más sencillo y más rápido destruir que construir.

    Huelen presa y se lanzan con todas sus fuerzas. No es muy diferente ahora que en el 36. Tal vez la mayor diferencia -y de mucho peso- es la existencia de internet y la velocidad de la información. Pero esto también puede jugar a su favor.

    Que de aquí, tocado de muerte el Sistema, emerja una sociedad mejor, o bien caigamos en una tremenda involución social y política (la económica es indiscutible), es algo difícil de predecir con exactitud.
    Las condiciones objetivas, y la experiencia histórica, nos inducen al pesimismo.
    ¿Podrá la exigua mayoría de las encuestas -presumiblemente progresista- evitar lo peor?
    ¿Sabrá esa mayoría utilizar a su favor los medios de comunicación, incluido internet, para frenar a tanto desalmado dispuesto a todo con tal de recuperar su dominio?

    ¿Se puede hacer algo más que resistir unidos? Siendo que, además, estamos confinados?

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