Entrar al trapo, o pasar del tema
En lo que se refiere
a lo que podriamos denominar vertiente política de la pandemia,
hemos pasado tan guapamente de lo inquietante a lo psicodélico. Se
han producido serios fallos de previsión y planificación por parte
de las autoridades. Ha entrado en crisis un sistema sanitario que
creíamos mucho más musculoso. Ha quedado de manifiesto que la
proverbial desorganización social produce una ciudadanía inactiva e
individualista. Se ha percibido con meridiana claridad cuán difícil
es coordinar una acción común de las distintas administraciones. El
debate al respecto viene viciado por un remolino de contradicciones
(pues los que quieren un confinamiento estricto mañana salen a la
palestra reclamando la vuelta a los colegios o la reanudación de la
actividad industrial). La comunidad científica va reaccionado como
puede. Las empresas apenas han sabido hacer algo más que pedir
árnica financiera sin límites a cargo del erario. Los sindicatos
han desaparecido, salvo los corporativos, que se han lucido exigiendo
imposibles en los tribunales. La dependencia del turismo resultará
desastrosa en un verano con las playas vacías… El panorama, en
fin, es preocupante (y más que lo será), pero la reacción de las
derechas le ha echado al cóctel tan generosos lingotazos de gaseosa
lisérgica, que hemos llegado a un punto donde resulta difícil
comentar la situación sin pasar del llanto al deshueve. Ya
perdonarán.
¿Qué se puede
decir de la sesión de control al Gobierno en el Congreso? Si eso es
lo que quería la oposición, ya está bien. La colección de lugares
comunes, generalidades, clichés agitatorios y memeces que se pudo
escuchar permitían deducir que, si el Ejecutivo ha estado y está
sobrepasado, la parte contratante de la otra parte está
absolutamente fuera de juego. Que Casado y el PP anden poniéndole
morritos a Sánchez por cosas de protocolo y de quién y cómo ha de
convocar a quién y con qué formato, resulta extravagante. Pero las
intervenciones de esa señora de Vox que denuncia una revolución
comunista en marcha escenifican en el Hemiciclo (y en la tele) la
apoteosis del disparate. Confieso que tales discursos me provocan una
sensación, entre el asombro y el morbo, que no experimentaba desde
finales de los Setenta, cuando los artículos de “El Alcazar” y
los mítines de Fraga y de Blas Piñar eran capaces de llevarme, por
encima del cabreo, hasta una especie de absurdo pero imparable
regocijo.
Muchos colegas y
amigos sostienen que a Vox es mejor ignorarlo para no seguirle el
juego. Creo no obstante que la ultraderecha sigue ahí, actúa,
utiliza los trucos del oscuro Bannon y los demás gurús de la
alt-right norteamericana y conecta (véanse sus resultados
electorales) con el subconsciente reaccionario y “servil” de una
parte importante de los españoles. El mayor problema, además,
radica en que este movimiento radical, como otros similares que
pululan por el mundo, se ha demostrado capaz de infiltrar sus teorías
y prácticas en los partidos conservadores tradicionales. Cuando
Abascal condiciona a Casado el problema se traslada al PP y da un
salto cualitativo. Claro… ¿Acaso no ha logrado Trump el control
del Partido Republicano? ¿No ha sido Johnson, al frente del Partido
Conservador, quien ha culminado el “brexit”? ¿Y qué será de
los democristianos alemanes en la inminente era postMerkel? En todo
estos casos, la amenaza real no procede solo de los “precursores”
nacionalpopulistas (respectivamente las organizaciones supremacistas
blancas en Estados Unidos, el UIKIP-Partido de la Independencia
británico, o la germana Iniciativa por Alemania) sino de las
derechas moderadas de toda la vida, arrastradas a posiciones
extremistas.
Por eso renuncio a
ignorar lo que está pasando en España ahora mismo. La crisis actual
ha puesto sobre la mesa necesidades y carencias que, por cierto, no
formaban parte de nuestras principales preocupaciones previas. En
consecuencia afrontamos innumerables retos: combatir el virus,
reorganizar el sistema sanitario, poner bajo control las residencias
de ancianos (donde se han producido bastante más de la mitad de las
muertes), remontar la ruina económica, decidir qué se hace con el
curso escolar, reactivar la investigación científica, sacudir la
modorra de las universidades, generar una estructura industrial que
asegure un autoabastecimiento sanitario básico, asumir que la
hostelería y el modelo sol y playa han quedado muy tocados si no
hundidos... Es preciso resetear el país. Díganme cómo podrá
hacerse si persiste la actual locura en la escena política.
A ver si va a ser el Ciudadanos de Arrimadas el cortafuegos de la "derecha extrema derecha"
ResponderEliminarHa llegado la hora de muchos cambios. Pero tendremos que arrimar el hombro todas las personas que vemos el mundo con sentido común, con bastante hambre de justicia y con ganas de colaborar. Esta vez nos toca abrir el puño en vez de cerrarlo.
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