En el reino de los clichés retóricos


¿Esta era la sesión de control al Gobierno y de debate público que las derechas presentaban como la gran oportunidad impuesta al maligno Sánchez? ¡Pues vaya! A lo largo de una jornada completa, Casado, Abascal y todos los profetas de la hecatombre discursearon para sus propios fans. Algunas minorías intentaron hacer planteamientos proactivos sin demasiado éxito, porque no es fácil ser creativo y original en la lucha contra una pandemia cuya naturaleza aún no se conoce en profundidad. Y Sánchez, contra viento y marea, explicó otra vez la posición de su Ejecutivo. Sus reiteradas abstracciones y su obsesión autojustificativa volvieron a restarle credibilidad. El resumen final vino a ser un compendio de clichés retóricos utilizados hasta la saciedad y más allá (durante toda la crisis del coronavirus e incluso antes). Por supuesto, la prórroga del estado de alarma quedó ratificada por amplísima mayoría, más que nada porque no existe alternativa y porque seguimos todos lo suficientemente acongojados e ignorantes como para abandonar una medida que al menos va dando margen a que el sistema sanitario asimile los golpes y pueda recuperar el aliento.

Solo Vox y la CUP catalana están en contra de mantener la alarma. Por razones diferentes, claro… O no tan diferentes, según se mire. Los portavoces de ambas fuerzas políticas persiguen, a gran distancia pero en paralelo, sus respectivos paraísos estratégicos. En el primer caso, una extravagante utopía de naturaleza reaccionaria y fascistoide; en el segundo, una Arcadia anarcocomunista y microsoberanista. Dos ficciones irracionales. Eso sí, mientras la secesionista y ultraizquierdizante Candidatura de Unidad Popular no pasa de ser un molesto grano en el pellejo del sistema, la extrema derecha puede convertirse en un tumor maligno mil veces más peligroso para la apaleada democracia española.

Todos los partidos intentan analizar desde una perspectiva estrictamente política, o más bien politiquera, una cuestión poliédrica y muy compleja que suma facetas científicas, médicas, medioambientales, económicas, sociales y culturales. Así surgen, en medio de las frases hechas y de los argumentos al uso, discursos inauditos como el exabrupto de tres minutos que vomitó el único diputado de la navarra UPN, o bienintencionados pero patéticos esfuerzos en positivo, como la invitación de C's al Gobierno para que “les acompañe” en las conversaciones que los de Arrimadas aseguran estar manteniendo con eurodiputados holandeses y de otros estados europeos para sacar a flote los famosos (e imposibles) “coronabonos”. Desconcertantes resultan las confusas propuestas (si se les puede llamar así) del PP, cuyos análisis intentan conjugar una especie de keynesianismo sin freno dirigido a sostener por encima de todo la actividad económica privada, con la renuncia a cualquier ingreso fiscal que no sea el de las rentas del trabajo, condenadas además a la definitiva abolición de los mínimos derechos laborales. ¿Cómo se podrá multiplicar el gasto público renunciando a cobrar impuestos y reduciendo más y más los salarios, que precisamente vienen siendo lo único sólido que suele llevarse a la boca la Hacienda pública? Misterio en Génova.

Lo peor de la pandemia es que la brutalidad de su impacto ha puesto a prueba la solidez de una sociedad organizada cuyas costuras más débiles se abren ahora sin remedio. No se trata tanto de repartir las culpas (“En esta situación todos somos víctimas”, recordaba ayer el diputado de Teruel Existe en una ráfaga de lucidez), como de reconocer que, si no estábamos preparados para soportar semejante golpe, tampoco disponemos de muchos recursos a la hora de resistir el primer embate y volver a salir a flote. La ciencia abandonada, la industria deslocalizada, la sanidad recortada, los servicios asistenciales mercantilizados y la indisciplina de la ciudadanía (que no ha faltado, pese a lo que diga el Gobierno) se combinan al fin con una actividad política repleta de vicios, sectarismo y mala leche. El Covid 19, por otro lado, pone de manifiesto la futilidad que subyace a problemas que nos parecían tremendos. Por ejemplo el de las tensiones territoriales en España. Que a estas alturas resulta ridículo. Bastaba escuchar, en el Congreso de los Diputados, a los más nacionalistas periféricos más radicales. Incluso Aitor Esteban (PNV), un orador habitualmente ordenado, sensato e inteligente, estuvo un tanto descolocado mientras intentaba que su sí pero no sonase coherente y convincente.

Así pasa un día más. Va para largo, dicen los enterados. Y no cabe duda de que cuando pase ya no seremos los mismos.


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