Disparates pandémicos, alucinaciones y “cuñadismo”
Lo
del “cuñadismo”, que conste, es una importación terminológica
llegada de las puñeteras redes, que son el vivero de tantos
neologismo despectivos relativos a la cuestión ideológica:
perroflautas, planchabragas, voximanos, boinasrroscas, feminazis y
tantos más. Denominar “cuñao” a los bocazas tiene que ver,
supongo, con “el Risitas” (aquel que salía en los programas de
Jesús Quintero “El Loco de la Colina” y constantemente exclamaba
¡¡¡cuñaooo!!!), con las torradas que estos parientes políticos
pueden soltarte en las celebraciones familiares (temibles
acontecimientos que tantos divorcios han provocado), y con las frases
hechas sobre maravillosas recomendaciones, inventos prodigiosos y
descubrimientos sensacionales atribuidos a los hermanos de tu mujer
(o de tu marido). A las cuñadas, no sé porqué, nunca se les
atribuyó ese pretendido papel de oráculos.
Pero…
a lo que estamos. La pandemia nos colma de disparates. El que suele
ser considerado hombre más poderoso del planeta, el presidente de
los EEUU, Donald Trump, ha salido a relucir con una sugerencia para
acabar con el Covid 19 a base de mucho sol, ultravioletas, luz
intensa e inyecciones de desinfectante. Los científicos se han
quedado de piedra. Pero, oye, esa será su opinión, y además
tampoco están ellos (los expertos, digo) para ponerse medallas por
su actuación frente a un “bicho” cuya naturaleza, mañas y
debilidades siguen sin estar bien definidas. Trump ejerce de
“supercuñao” global desde que irrumpió en la alta política
norteamericana y mundial, como una encarnación de la delirante
“alt-right”: mitad conductor de reallity show, mitad
ultrarreaccionario adicto a la viagra. Que ahora proponga chutes de
lejía en vena no debería extrañarnos. A él, como a su alter ego
meridional, el brasileño Bolsonaro, su carácter brutalmente
desprejuiciado no les impide ser una especie de profetas colaterales
de los movimientos evangélicos. Bala y Biblia. Bosques incendiados,
tubos de escape y milagros. Machismo putero y sermones enloquecidos.
Si la luz del sol no te cura, siempre puedes rezar para librarte del
virus.
Que
el inquilino de la Casa Blanca diga en público barbaridades tiene su
lógica. No solo porque ahora las opiniones prevalecen sobre los
hechos, sino porque aquí nadie se priva de tirarse largo si le
apetece, sobre todo si carga a la derecha… y más cuanto más
cargue hacia ese lado. Ayuso, la presidenta madrileña, por ejemplo,
ya proclama que reclasificar suelo y reimpulsar el ladrillo será la
mejor manera de reconstruir (nunca mejor dicho) la economía
española. Sus adláteres, orgullosísimos de que la comunidad
supercentrípeta, sea la que más desastre, mortandad y caos acumula
en esta crisis, presumen del exitazo y lamentan, en plena
movilizacion anticomunista, censuras que no se han producido y
expropiaciones que nadie ha llevado a cabo.
El
ruido aturde. Hubo que prohibir aquellas manifestaciones; hay que
respetar el sacrosante derecho de la gente a manifestarse. Era
preciso cerrar ciudades y encerrar a todo quisque; hay que dejar
salir a la gente y que la economía vuelva a funcionar. Los niños en
casa; los niños en la calle. ¡Ah!, y que nos hagan a todos el test.
Y que luego nos lo vuelvan a hacer, por si nos hemos contagiado
después. El virus es una arma secreta, es una invasión
extraterrestre, es un invento del malvado Soros. ¿Y dónde es más
letal y dónde menos? Ahí les quiero ver, señoras/es mías/os.
Existen teorías según las cuales el calor húmedo es lo mejor para
librarse de la maldición. Verbi gratia: Canarias, donde entre
primeros de febrero y mediados de marzo entraron y salieron cientos
de miles de guiris sin dejar más rastro que unos mil o mil y pico
infectados y algunas decenas de fallecidos. Gracias a los vientos
alisios, se supone. Pero hay contratesis que sitúan idéntica
resistencia a la pandemia en países fríos. Otras ocurencias ponen
el acento en la movilidad del personal (sobre todo cuando se utiliza
el metro, donde nos echamos unos a otros las babas aunque sea sin
querer), o en las maneras de relacionarnos socialmente (que los
latinos somos muy sobones y besucones y así nos está yendo), o en
la mayor o menor contaminación atmosférica (lo cual sí parece
lógico) o incluso en la religión que profesamos si quiera sea
nominalmente (pues, si no, ¿cómo explicar que los católicos
estemos mucho más jodidos que los protestantes y ortodoxos, y que
las papistas Baviera y Bélgica hayan sufrido muchos más contagios
que sus vecinos luteranos?).
Solo
sé que no sé nada, decía el filósofo. Pero estamos en una época
y un mundo donde todos saben de todo. Da gloria. Así que me voy a
tomar mi ración de salfumán (que es lo más potente en materia de
desinfectantes) y a escuchar en podcast a Federico Jiménez Losantos
(que también pega lo suyo).
Hasta
mañana.
Ahí está Trasobares, recuperando su humor socarrón. Bienvenido!
ResponderEliminarEnhorabuena Jorge! El diseño ha mejorado mucho!! Ya podemos ver los comentarios y suscribirnos!
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